miércoles, 14 de octubre de 2009

EMELINA DE RUBÉN DARÍO


Las Bombas comenzaron a funcionar admirablemente, distribuyéndose con tino e inteligencia la magna tarea bajo la dirección de su hábil jefe. Pero, a pesar de que los primeros instantes se trató de contener el fuego, bien poco se consiguió al principio.

La confusión era terrible. A las voces de mando de los jefes, mezclábanse los gritos de angustia de las víctimas, los potentes latidos de las bombas a vapor, el ruido que hacían los muebles que desde los balcones se arrojaban y el chisporrotear de las maderas que, al devorador incendio, ofrecían abundante pábulo.

El fuego había tomado desde el principio, gran incremento, y ya, de en medio de la espesa columna de humo que en un extremo del edificio se destacaba, salpicada de innumerables chispas, veíase aparecer aterradora llama que, por instantes tomaba mayor ensanche.

Estallaban los vidrios de las ventanas, dando paso a rojas lenguas que lamían el muro ennegrecido, al mismo tiempo que caían con estrépito las vigas. Enganchadas las escaleras, subían por ellas los voluntarios.

Estimulado por la brisa, el fuego había empezado a abarcar muy basta extensión, lo que en realidad habría sucedido si no se adoptan, con la debida oportunidad, medidas para cortarlo y circunscribirlo al extremo de la manzana por donde había empezado.

De pronto oyeron los gritos de ¡Socorro! ¡Socorro! Lanzados desde uno de los balcones del segundo piso, que ya se veían cercados por las llamas.

Rápidos como el rayo, seis intrépidos voluntarios fijaron una escalera en el balcón amagado y, uno tras otro, ascendieron dos de éstos.

Llegados a lo alto de la escalera, la persona que había prorrumpido en aquellos desgarradores gritos y que era una mujer, exclamó, dirigiéndose al primero que había llegado:

-¡ Por Dios, Salvadla! ¡ Un tabique nos ha separado de súbito, y no se que hacer para liberarla! ¡ Dejadme aquí hasta que la hayas encontrado! ¡ o más bien, ayúdame a salvarla!.

El voluntario a quien iban dirigidas estas palabras, pregunto:

- ¿Dónde se halla? Señaladme la dirección.

- Del otro lado, en el fondo... ¡ Corred, por Dios! ¡ No os cuidéis de mi!... Pero, no... ¡ Seguidme! ¡ Yo os mostraré el camino!...

Por toda respuesta, el voluntario, que indudablemente era un oficial superior, hizo al que le habría seguido, y que se hallaba en el balcón, una señal.

Tomó este en sus brazos a la cuitada, a pesar de sus protestas, y descendió con ella, en tanto que su compañero y jefe se precipitaba hacia el interiora realizar, si era posible, su arriesgada empresa.

A pesar del crepitante ruido de las vigas que crujían a su alrededor, pudo, al fin, escuchar a la distancia algo como un débil gemido...

Avanzó en la dirección de donde ese gemido partía; más, ¡ Oh, desgracia! En ese momento cayó parte de la muralla, dejándolo incomunicado con el exterior y casi ahogado por el calor y el humo, siguió avanzando, no obstante hasta llegar a la puerta de la habitación en cuyo interior se oían los alaridos de terror de una mujer...

Dio un vigoroso empellón a la puerta; cedió ésta y presentóse a su vista un cuadro conmovedor.

En un aposento, a uno de cuyos extremos alcanzaban ya las llamas y que estaba lleno de humo, discurría, loca de espanto y desesperación, una hermosa joven a medio vestir y con el cabello en confuso desorden

- ¡ Salvadme! – Exclamó - ¡ Me muero!

El voluntario echó a su alrededor una mirada y un profundo pavor pareció apoderarse de todo su ser.

¿Por dónde encontraría una senda, ahora que de todos lados le rodeaba el voraz elemento?

Al cabo de un instante de terrible vacilación, decidió volver por donde había venido, pues, a medida que avanzaba al interior del edificio, comprendía que se aproximaba al foco del incendio.

Envolvió rápidamente, con el cobertor del lecho, a la joven, a fin de disimular lo ligero de su traje y tomóla en sus brazos en el momento mismo en que ésta, abrumada de terror y sofocación se desmayaba.

Volvió con su preciosa carga al punto de partida; mas, cuando no había llegado aun a medio camino, una viga le cayó sobre el hombro izquierdo, produciéndole una herida que a punto estuvo de postrarle en tierra.

Un ¡ Ay ! Sofocado fue todo lo que l dolor arrancó de el valiente bombero, y cobrando nueva energía, continuó su interrumpida marcha en medio de un calor abrazados y sintiéndose casi ahogado por el humo.

Se hallaba en el aposento por donde entrado, el cual estaba casi destruido por los escombros de la muralla que hacia el interior había caído.

El esforzado voluntario se sintió desfallecer; rodeábanle por todas partes el humo; las llamas, que ya se divisaban próximas, estaban a punto de cerrarle el paso, ; le tocaban casi, cuando un chorro bien dirigido desde el lienzo de muralla que aún quedaba en pie, por un momento desvió la dirección de las llamas, aunque aumentando el espesor del humo.

Esto vino a infundirle nuevas esperanzas y a reanimarle un tanto, permitiéndole dar voces, si bien por acento apagado ya por la asfixia.

Alcanzaron a oírle dos de sus compañeros, uno de los cuales gritó

- ¡Animo, Teniente Gavidia! ¡ Coged la cuerda!

Reanimado por la voz de aliento, pudo el heroico voluntario apoderarse del cable que le habían echado, cogiéndole primero con la mano derecha; en seguida, cuidando de que la joven, que aun continuaba desmayada en sus brazos, se sostuviera sobre el izquierdo, con lo cual la enlazaba, pudo, recurriendo a un resto de presencia de ánimo, utilizar también su siniestra y llegar, no si esfuerzo, a la parte superior de la muralla, donde lo recibieron sus compañeros.

Casi desfallecido, con serio empero la entereza suficiente para descender a sus propios pies la escalera, sin abandonar a aquella presa que acababa de arrancar a la muerte.

Un estrepitoso ¡HURRA!, lanzado por sus compañeros al divisarlo en lo alto de la escalera vino a infundirle nuevo aliento y pudo llegar hasta el fin y depositar a la joven en brazos de la afligida compañera, que había implorado por la salvación de su amiga, pasando por el más acerbo de los dolores en el transcurso de cinco minutos de tremenda incertidumbre.

Cumplido que tubo el Teniente Gavidia su misión, ni aún alcanzó a darse cuenta de las calurosas expansiones de gratitud que le dirigía la compañera de la joven a quien había salvado, ni de las atronadoras manifestaciones de sus compañeros, pues hubo de recurrir al auxilio de dos de estos, en cuyos brazos cayó desfallecido por el dolor y por la sangre que manaba de su herida y extremado por los esfuerzos sobrehumanos que la había impuesto se generosa tarea.

Pocas horas después, el incendio había sido sofocado merced a los esfuerzos combinados de los bomberos, distinguiéndose en aquella ocasión la Tercera Compañía, de que formaban parte los dos personajes que acabamos de presentar al lector.




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Emelina es la primera obra que Rubén Darío escribió en Chile, y también la primera obra que lleva por héroe a un personaje arquetípico de Valparaíso: el bombero. la novela es un folletín repleto de aventuras escritas en un curioso estilo por dos jóvenes protagonistas de su tiempo. Uno de ellos sería considerado el gran poeta de la lengua española en la primera mitad del siglo XX: Rubén Darío. el otro es buen exponente de la intelectualidad progresista de la época, la divulgación de cuya obra se vio truncada pues perteneció a los vencidos en la Revolución de 1891: Eduardo Poirier. Asesinatos, amores, incendios, festejos, mentiras, duelos e intrigas en las ciudades más internacionales del siglo XIX: Londres, París, Bruselas, Valparaíso...

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