miércoles, 14 de octubre de 2009

BAÚL



Un recuerdo para el bruto noble y generoso, que nos acompañara cerca de 30 años en nuestras tareas bomberiles. Si hemos dedicado páginas emocionadas para recordar a las máquinas que nos sirvieron para cumplir ese cometido ¿Cómo no dedicarles también a esos seres, fieles compañeros del hombre, que nos dieron todo lo que tenían, su fuerza, energía e instinto, y que parecían compenetrarse de su elevada misión en los momentos de la angustia y del deber?

La única diferencia que hay entre estos brutos nobles y generosos, es la que existe entre la inteligencia y el instinto. La inteligencia es un poder creador: el instinto es un don de adivinación. Llevamos la ventaja al bruto, por que haciendo trabajar nuestra inteligencia, podemos crear lo que él no concibe, pero en cambio quedamos atrás de él cuando ayudado por el instinto lo vemos adivinar los peligros de la naturaleza y, fiel amigo nuestro, detenernos en nuestras locuras, muchas veces al borde del abismo o del peldaño... Quien oiga hoy las cosas que se cuentan del viejo “Baúl”, creerá que son cuentos o cosas de la fantasía... Y, sin embargo todo es verdad.

En 1888 Don Agustín Edwards Ross, nuestro bondadoso benefactor, obsequió a la compañía 3 hermosos caballos percherones: Entre ellos venía “Baúl”, que acompañó a la “Vieja Cucha” y a también a la “Nueva”, a ésta hasta que fue eliminada del servicio en 1914. La pesebrera se encontraba, como todos saben, en el recinto que hoy ocupa la Guardia Nocturna, y se separaba de la Sala de Material por una puerta, cerrada con una aldaba. Apenas sentía la campana o el teléfono, cualquiera que fuera la hora, como contaminado por un loco entusiasmo, con el hocico “Baúl” levantaba la aldaba y habría la puerta por si solo, y una vez afuera se iba a la Sala de Material, colocándose frente a los tiros de la Bomba, listo para enganchar. Cuando el Cuartelero acudía, ya estaba todo listo. Otro tanto hacía Zig-Zag, el juguetón y caprichoso tordillo que tiraba del gallo.

Para “Baúl” no había descanso. Podría durar el incendio un día y una noche: el noble bruto permanecía al lado de la máquina, como compenetrado de la necesidad de su presencia, y cuando veía que esta parecía estallar, y lanzaba nubes de chispas al aire, parecía compartir la emoción de los voluntarios... para él no había sueño: la voz lastimera de la campana lo encontraba siempre alerta y despierto en cualquier hora de la noche.

Cuando en 1914 la bomba a vapor fue reemplazada por una automóvil, “Baúl” fue llevado al fundo de Don Roberto Felipe Délano, para que gozara de sus últimos años en medio de la tranquilidad de la campiña, cuna de donde procedía. Pobre “Baúl”; ya él no era el bruto que mira en el campo el patrimonio máximo de la felicidad: era el bruto de la ciudad!... Necesitaba de su ruido, de su animación, de su loca agitación y transito, del plañir de la campana de alarma, del grito y algazara de los voluntarios!... Necesitaba de sus incendios, de los que constituía su deleita, su placer, casi su razón de ser!... Extranjero en su patria, al igual que el emigrante que regresa al terruño en el correr de los años, cuando de éste queda solo el recuerdo, la nostalgia de la vieja y querida “Tercera” lo fue consumiendo poco a poco y doblegándolo, hasta que en un potrero lejano inclinó para siempre su pecho en la tierra!...


Del Libro “Tradiciones Tercerinas”de Guillermo Ernesto Meyer.

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