martes, 18 de agosto de 2009

EL BOMBERO DE LA TERCERA ll



La señora especialmente en estos últimos tiempos, está celosa, tremendamente celosa de esa poderosísima rival. Y a fe que tiene razón.
Como que ayer, sin ir mas lejos, nuestro amigo la dejó plantada, durante un paseo, en pleno centro, para encaramarse a un gallo que pasaba velozmente hacia un amago en el Barón.

El entusiasmo de mi vecino por la institución a que pertenece, raya en lo inverosímil. Toda precaución le parece poca para no faltar a un incendio, por cuyo motivo tiene teléfono en su dormitorio, timbre de alarma en la cabecera de la cama y subvenciona a los guardianes para que llamen hasta que se les conteste a la puerta de la calle, cuando se toca incendio, y vive a dos cuadras del Cuartel.
Como puede comprenderse por lo dicho, la Bomba es el único punto oscuro en el sereno horizonte del hogar a que nos hemos referido, y, sobre todo en este tiempo, da origen a frecuentes dificultades.
Llega, por ejemplo, la hora de acostarse, y nuestro amigo, antes de tomar la horizontal, empieza por cerciorarse que el teléfono y el timbre estén corrientes y reitera, desde el balcón, sus instrucciones al guardián del punto. En seguida coloca estratégicamente las prendas del uniforme en torno de la cama, y comienza no a despojarse de la ropa interior, sino a cambiársela, poniéndose gruesas medias de ciclista, jersey y otras cosas por el estilo.

- ¿Pero qué haces? - le grita su señora - ¿Te estás vistiendo o desnudando? -

- Hijita - le responde - estamos en época de incendios y el tercerino debe dormir en éste tiempo hasta con la cotona puesta –

- Eres incorregible - exclama la señora con desesperación - tú no vas a parar hasta que te de una pulmonía o te traigan hecho harnero con los tales incendios –

- ¿Y le parece mal que fuesen a enterrarme con el material enlutado y asistencia de todo el Directorio? –

- Qué se me da a mí del Directorio. Lo que yo quiero es tener marido que se preocupe de su casa y no de bombas. –

La discusión se prolonga hasta que nuestro amigo, vencido por el cansancio del trabajo diario, se duerme profundamente, soñando en cierta competencia bomberil que se prepara.

Pero, como decía nuestro amigo, estamos en época de incendios y no tarda en darse la alarma. La campana y la bocina del Cuartel, el teléfono, el timbre especial, la campanilla eléctrica que el guardián hace repiquetear, forman dentro del dormitorio, una sinfonía capaz de despertar a una momia de chuquicamata, pero no a nuestro vecino que cree en estos momentos, ver el triunfo de la “Tercera” en la dichosa competencia. La señora se apiada y le grita:

- ¡INCENDIO! -

- …No…- Responde el otro sobre dormido; - es la hora -

Pero a la risa de su esposa, nuestro hombre despierta completamente y corre hacia la escalera con las botas en la mano.

El tiempo pasa y el vecino no vuelve. La señora sufre y se impacienta con mil presentimientos. Por si regresa vivo despierta a la criada y prepara paños, tizanas y ropa para evitar al guapo bombero un resfriado.


Por fin suena el timbre; se abre la puerta y el abnegado bombero entra chorreando agua y barro.

¡¡¡LOS PRIMEROS EN DAR AGUA!!! grita alborozado, desde el umbral, pero la sirviente consternada; - señorita, viene hecho una sopa. - La señora acude con toda prontitud, se apodera de su marido y ayudada por la fámula, lo despeja de la ropa, lo seca, lo fricciona, lo echa a la cama, le pone, aún en la noche más calurosa, una botella de agua caliente a los pies, en medio de las mas vivas protestas del asendereado bombero, que siente convertir en beefteak, y por ultimo se empeña en hacerlo beber una taza de hirviente agua de tilo. Nuestro hombre se resiste cuanto puede, pero tiene que ceder, y a la carrera, a la agitación y a los masajes tiene que unir aún el sudorífico.
Los papeles se cambian, y el bombero transpirado por todos los poros, desfallece por fin, y llega a pensar que con solo presentar su renuncia puede librarse de tan insufribles molestias, sólo le queda resignarse a seguir sufriendo.

Y aquí probado como ese Cuerpo de Bomberos, que nos entusiasma con su abnegación y nos seduce con los bruñidos cascos y los hermosos uniformes que desfilan ante nosotros en las diarias llamadas, tiene también su reverso, todo un reverso de molestias y sinsabores para cada uno de sus miembros.

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