jueves, 14 de mayo de 2009

VALPARAÍSO, LA CIUDAD DEL VIENTO, POR JOAQUÍN EDWARDS BELLO




...Entrada la noche, a fines de abril de ese año, los mecheros de gas no bastaban a disipar las tinieblas. Acompañábamos a un tal Viola por la calle del Olivar cuando sentí pasos apresurados, y una voz nerviosa a mis espaldas. Era la niña Caro, en su eterno vestido de manda y sus velos místicos. Se dirigió a nosotros en forma atropelladora; luego, llamándonos aparte y sin poder controlar las palabras, me expresó lo siguiente:

- Se está incendiando la oficina de mi padre. ¡Corran! El está adentro. En la ventana central del tercer piso... – No alcanzó a explicar más.
Stepton echó a correr por la Avenida. La firma comercial Caro y Pagani estaba cerca de la Aduana, por el lado de línea férrea. Dos minutos no habrían transcurrido cuando sonaron las campanas. Como enorme tablero de magia, la ciudad entró en movimiento. El estrépito de los percherones de la Tercera, de la inglesa, de la italiana y la francesa, hizo temblar los adoquines. El paseo de la Plaza se desbarató, y ya todo el puerto no fue sino un solo pensamiento: el incendio. Enjambres de chiquillos seguían detrás de los bomberos o empujaban los gallos, gozosos, en la ansiedad de no perder detalle de la fiesta porteña. Hombres maduros, jóvenes, bursátiles, peluqueros, libreros, pasaban quitándose las chaquetas, o enrollando en sus cuellos las toallas que sus esposas les pasaron a la carrera, junto con la llave y las piolas. La frondosa nube de humo espeso, congestionada y roja en su centro, subía por el cielo para alborozo y pasmo de los flamígeros porteños. Por fin llegamos a la hoguera.

- Allá – dijo Stepton a un voluntario -. Allá, en la ventana del centro.
Esta transfigurado. Su voz es clara y viril. La escalera quedó colocada en la ventana central del tercer piso. Sin quitarse el tongo de Presciutti, en mangas de camisa, le vio el público trepando a las llamas. Llevaba el hacha en la diestra y se movía con tanta soltura y gracia como en el Salón de Patinar. Sonaron vidrios destrozados y el humo escapó cambiando de colores como si cien genios malignos se soltaran por el aire en ropajes de ópalo, de zafiros y rubíes. Entonces se vio una de esas proezas que afirman a los espíritus y las retinas conservan para siempre. Blandiendo el hacha, ese joven frágil, en camisa y de tongo, penetró en la casa incendiada. Chas, chas, chas...
El rostro resplandeció en el interior del cuarto iluminado. Se perdió dentro. Desapareció.

Otros bomberos subieron detrás con el pitón, y el chorro potente pareció refrescar la escena.

El público retuvo el aliento. De pronto un grito unánime: ¡Ahí está! ¡Ahí está el joven! Stepton surgía de nuevo en la ventana destrozada, negro de humo, entre las llamas y el agua. En sus brazos llevaba un bulto grande, un cuerpo, un ser humano. Su cabellera estaba libre, sin sombrero; su cuerpo surgía en medio de la calígine como arcángel en el cielo. Otros bomberos le ayudaron a poner el cuerpo en la escalera y comenzaron a deslizarlo a la calle. Los espectadores colocaron sobre la camilla el cuerpo del herido y el bombero subió por segunda vez.

- ¡Stepton! – Gritaron cien voces junto a la mía -, - ¡Stepton!

Pero él encaraba las hogueras y se internaba con el pitón en la tormenta de fuego, sin hacer caso de las voces que le aconsejaban prudencia.

La casa incendiada constaba de tres pisos habitados por oficinistas y personas de clase media. Al lado de la oficina de Caro y Pagani se encontraba una pensión de familia.

Stepton y otros bomberos se esforzaron para sacar los muebles pequeños y las ropas de cama modestas que arrojaban por las ventanas a la calle, donde los deudos o las personas salvadas iban juntándolos. El público aumentaba y la policía era impotente para mantenerlo dentro de las cuerdas. Yo había tomado clocación al pie de la escalera por donde mi amigo subió. A cada instante le veía entrar o salir por la ventana en llamas.

Alguno del público gritó para pedirle que tuviera cuidado. Sentí en ese momento que una mano temblorosa estrechaba mi brazo. Era Elena. Cuando bajaron a Stepton, asfixiado e inerte, y le pusieron en la vereda, todo el mundo quería verle. ¡Un tercerino! ¡De la bomba de los futres! Larga huella de sangre cruzaba su cara de la frente hasta la boca.

- No hay cuidado – dijo el doctor Grossi, después de examinar el pecho y los brazos del joven.

- ¡Vive! – exclamó Elena. En el mismo instante se inclino a tierra, cerca de él, y le hizo un arco protector con sus brazos encima de su cabeza. Después limpió la sangre y el hollín de la cara; le restregó con su pañuelo diminuto.
- ¡Está vivo! – exclamaban en la calle - . - ¡Está vivo!
Toda esa noche, en el hondo silencio, se sintió palpitante el corazón potente de las bombas por el lado de la Aduana...
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Víctor Lorenzo Joaquín Edwards Bello nace en Valparaíso el 10 de mayo de 1887. Hijo de Ana Luisa Bello Rozas, nieta de Andrés Bello y Joaquín Edwards Garriga, importante banquero.
Estudia en el Colegio Mackay y más tarde en el Liceo Eduardo de la Barra. Durante estos años su
vocación literaria manifestó sus primeros indicios.
Así junto a sus compañeros de colegio Alberto Díaz Rojas y Cayetano Cruz-Coke, fundó la revista
quincenal "La juventud". El primer número de esta revista fue publicado el domingo 17 de marzo de 1901.
Un año más tarde publicó la revista El Pololo.
Contra los deseos de su padre, se dedicó tiempo completo a la literatura y al periodismo. En 1910 publicó su primera novela, El inútil, que lo marcó para siempre como rebelde y gran cuestionador de la realidad chilena, considerado un feroz y despiadado crítico.

Valparaíso, su revitalización: Escritor cosmopolita, Edwards Bello conservó siempre su apego al puerto donde nació, siendo inspiración para numerosos de sus escritos. Valparaíso, la Ciudad del Viento es una de sus más conocidas novelas, y fue publicada en versión inicial en 1931, aunque apareció más tarde con el título de En el Viejo Almendral y en 1955 con el de Valparaíso, Fantasmas.

El puerto fue también materia predilecta de sus crónicas, y según el mismo confesaría, requería cada cierto tiempo volver en tren hasta el mar para revitalizarse y rescatar los pasos perdidos
de su infancia.

De su producción literaria destacan novelas como El Roto, obra que encuentra su antecedente en La cuna de Esmeraldo, publicada en 1918, El chileno en Madrid y La chica del Crillón, en las que se manifiesta el espíritu de la época: la búsqueda de una identidad nacional, la pretensión de mostrar al chileno en su esencia, mejorar los vicios del pueblo y resaltar de manera solapada las virtudes del criollo, empresa que compartieron diversos movimientos, entre ellos el Mundonovismo, del que toma la estética naturalista para la descripción tanto del espacio como de los tipos humanos y su recíproca influencia.

Edwards Bello recibió el Premio Nacional de Literatura en 1943 y el Premio Nacional de Periodismo en 1955.
Sus últimos años no fueron gratos. En 1960 sufrió un ataque de hemiplejia bastante severo, del cual afortunadamente se recuperó gracias a los cuidados de su esposa y de la dieta indicada por el doctor Manuel Lazaeta Charán. Luego de una larga y sufrida enfermedad, que dejó sus piernas y cara paralíticas.

Uno de sus amigos recuerda haberle oído decir:

- Si alguna vez me suicido, digan que fue así. Si no van a correr el mito, en este país de mitómanos, de que me asesinaron.

Se cerró así una larga y destacada trayectoria de un hombre en las letras chilenas, que ha sido prolongada gracias a sucesivas ediciones de sus crónicas realizadas por Alfonso Calderón.

En el viejo Almendral; es novela fascinante. Situada a fines del 1800 y primeros años del 1900. En ella el personaje principal es el niño, chiquillo, joven y después adulto; Pedro La Cerda y
Alderete, quien relata su vida en el puerto, Limache y Santiago contando de sus amores por la siempre bella Florita, sobre su estricto padre y, sus entretenidas andanzas. Desde muy pequeño hace amistades con el joven Jorge Stepton; quien con el correr de los años resulta ser miembro de la Tercera Compañía de Bomberos de Valparaíso, y quien se batiría a muerte para salvar la vida de los habitantes de cierto edificio que fuere presa de las llamas en el barrio del puerto.

Dicha novela relata de maravillosa y a veces ácida forma la vida del Valparaíso de entonces.
...La parte colonial de la ciudad, con sus iglesias viejas y feas, era el revés. La población enriquecida prefería el plan, el Cerro Alegre y Viña del Mar, lo más lejos posible del chango nativo, de la moral ñoña y de la hipocresía levítica... Agregaría además que:
...En esa olla revuelta de razas se formaba un tipo de hombre inconfundible; de flor en el ojal y de chaleco de piqué: el porteño. Hombre nuevo que practicaba el Sandow y aprendía bailes novísimos don Franco Zubicueta: Boston, pas de Patineurs, Washington, Post y valse Renversante...

Gabriela Mistral dirá de él:
…Hijo más reprendedor de su padre no le nació a nuestro viejo Chile, satisfecho y sentado en sus prestigios…
Joaquín Edwards Bello se quitó la vida a los 82 años el 19 de febrero de 1968.

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