jueves, 18 de febrero de 2010

ARENGA DEL FUNDADOR ALBERTO RIED SILVA EN EL PRIMER EJERCICIO DE LA 1a. COMPAÑÍA DEL CUERPO DE BOMBEROS DE ÑUÑOA EL 17 DE SEPTIEMBRE DE 1933




Compañeros:

El desenvolvimiento del espíritu de Cuerpo, ha nacido entre nosotros con caracteres inusitados de entusiasmo y vigor. Este hecho, afortunadamente consumado, me da la ocasión de exponer ante vosotros, algunos conceptos breves que han de induciros a meditar en lo que significa ser un buen voluntario.Primeramente, para ser un buen bombero se requiere una base muy sólida de esfuerzo físico y de voluntad a toda prueba, unido esto a un alto espíritu de sacrificio y hondo sentido de la responsabilidad. Sin este sentido, el esfuerzo material resulta vano, ya que, fácilmente degenera en un simple entretenimiento, sin objetivo altruista alguno. La acción ha de ser, por lo tanto, conciente y severa para que sea fructífera.Es necesario que los hombres que prestan sus servicios a un Cuerpo de Bomberos o Compañía de Bomberos Voluntarios, sean ante todo: Generosos, nobles, abnegados y de una conducta irreprochable.

Sin cualquiera de estas condiciones o virtudes, los individuos se eliminan por sí solos. Elimínanse de esta manera los egoístas o aquellos que toman nuestro oficio como un simple pasatiempo; los que suelen sonreír burlescamente ante las diversas manifestaciones espontáneas del alma bomberil que, al ser sincera y verídica, ha de poseer la pureza del hombre sano de espíritu, del adolescente, o del niño que desconoce la maldad y que todo lo encuentra bueno amable. Elimínanse, a su vez, automáticamente los hombres cómodos o indiferentes; aquellos para quienes la vida no es ni siquiera un sacrificio nimio en pro de los demás.

Mi larga experiencia en las filas del Cuerpo de Bomberos me ha enseñado que lo primordial para acrecentar el espíritu de Cuerpo, es el bien entendido compañerismo. Esta virtud crea la cooperación inalterable y absoluta. “Uno para todos y todos para uno”, he aquí un arcaico aforismo que debe palpitar en el corazón de todo buen bombero.
No pueden ser buenos bomberos los que todo lo critican y nada aportan ni construyen. Por esta sola razón se declaran tácitamente excluidos como enemigos de la cooperación que es el éxito.Son buenos bomberos, en cambio, los que acatan las órdenes o ideas emanadas de quienes han sabido apreciar muy de cerca, en carnes propias, y con todo su rigor, los afanes y riesgos inherentes a nuestra profesión.

miércoles, 10 de febrero de 2010

DISCURSO DE DON ENRIQUE MAC - IVER


Instada la matrona romana (Cornelia) para que exhibiese sus joyas, presentó a sus hijos, aquellos Gracos (Tiberio y Cayo) que sacrificaron la vida por la libertad y el bienestar de la patria.

Me parece que si se pidiese a Chile que mostrase las joyas con que enaltece y hermosea su frente republicana, presentaría ésta Institución de Bomberos Voluntarios, donde se sacrifica el reposo, la salud y a veces la existencia, por la tranquilidad y el bienestar de los demás.
Y tenía razón, porque, así como debajo del tosco uniforme del Bombero encontraría ilustración y nobilísimos sentimientos, este conjunto material de hombres, cosas y reglas que sirven para defender propiedades y vidas entre los riesgos del fuego, encierra espíritus de excelsas cualidades.
En todas partes hay incendios y hay Cuerpos de Bomberos; pero no hay en todas partes instituciones como ésta, que combaten el fuego a impulsos de una idea y de un sentimiento que dignifican y engrandecen.

Aquellos cuerpos son creaciones de la ley administrativa, organizaciones de policía, fuerzas físicas contra incendios. Esta Institución es hija de la libre iniciativa social, es una organización intelectual y moral y, una fuerza consciente contra los males de la comunidad.En otras partes el Bombero es un empleado, desempeña un oficio, cumple un contrato. Entre nosotros el Bombero es un ciudadano, se impone una misión, cumple su deber.Allí, aunque a veces se muera heroicamente en su puesto, se sirve por obligación o por paga. Aquí, aunque no se muere siempre en el fuego, se sirve por abnegación y se paga por servir.
Aquello es el hecho de un gobierno. Este es el espíritu de un pueblo.

La existencia de instituciones como éstas, suponen una sociedad de ideas adelantadas, de sentimientos elevados. Son, si se me permite la expresión, el barómetro que marca la altura moral e intelectual de una sociedad. Soportar duras fatigas, afrontar peligros, exponer la salud, y rendir a veces la vida, sin recompensa, por cumplir un deber de humanidad, no es acto de seres ínfimos y apocados sino, de almas fuertes y esclarecidas.En el sacrificio por la familia hay más instinto que idea; en el sacrificio por la patria hay idea y hay instinto; en el sacrificio por la humanidad no hay más que idea y sentimiento.El león sufre y muere por su cría, el salvaje sufre y muere por su suelo, sólo el hombre civilizado sufre y muere por la humanidad.
Al soldado que combate por la patria, le sonríe la gloria. Al misionero que se expone por la religión, le espera el cielo. Al sabio que se aniquila por la ciencia, le guarda la inmortalidad. Al político que lucha por la justicia y la libertad, puede alcanzar la popularidad y el poder.
Los que visten estas burdas cotonas no tienen gloria, cielo, inmortalidad, popularidad, ni poder por recompensa. Si pretenden alguna, búsquenla en el fondo del alma, allí donde se siente la conciencia que da plácida alegría y satisfacción al bueno y, desasosiego y tortura al egoísta y al malvado.

No sé porque cuando recuerdo el origen de la historia de estos Cuerpos de Bomberos, cuando miro sus hechos y estudio su espíritu, desaparecen a mí vista reglamentos y tácticas, cuarteles y máquinas, y todo este bélico aparato destinado a apagar incendios, y contemplo una escuela de alta enseñanza y moralidad social.
Aquí se juntan y confunden para el trabajo y el sacrificio, sin más aliciente que el de cumplir un deber, hombres de todas las razas, de todas las lenguas y de todas las patrias; demostrando con esto que por sobre las fronteras políticas se extiende esta Institución de Bomberos, la cadena de oro de la fraternidad universal.

De nuestras filas no excluye el católico al protestante, ni el cristiano al judío, ni el creyente al libre pensador, y codo a codo trabajan y mueren cuando el deber así lo exige, apartados de todas las doctrinas, discípulos de todas las escuelas, y adeptos de todos los partidos; que al lado de los sentimientos fraternales, vida tiene aquí la tolerancia, la más necesaria, si no la más elevada de las virtudes sociales.
Y debe ser el fuego devastador de incendios, luz ante la cual huyen muchas preocupaciones y se modifican muchos hábitos, porque esta sociedad chilena formada en sus orígenes por soldados conquistadores e indios conquistados, donde hubo jerarquías y casi hubo sectas; en esta sociedad cerrada e intransigente, de oro y burdos pergaminos, nos ha nacido, vive vigorosa y crecerá potente esta Institución basada en la igualdad de todos sus miembros, donde se comprenden y amalgaman en una, todas las clases sociales sin más diferencia que las marcadas por la virtud y los servicios.

Sí; un Cuerpo de Bomberos es una escuela. Forma una verdadera República Federal con sabia organización general y seccional, con jefes, asambleas deliberantes, tribunales y comicios, con pasiones e intereses, luchas y agitaciones.
En este pequeño mundo, donde todos son iguales ante el derecho y se respeta el derecho de todos, como el niño que aprende la geografía de la tierra en un diminuto globo, aprende el Bombero a obedecer y a mandar, a deliberar y a juzgar; disciplina su espíritu en el ejercicio de su iniciativa, de su deber, de su derecho; aprende, en una palabra, a gobernar, a ser ciudadano de un pueblo libre.
Lo que digo explica la popularidad y el prestigio de que gozan entre nosotros los Cuerpos de Bomberos y, justifican el orgullo con que el país los contempla y la gran distinción con que los trata.
La asistencia de ellos no tiene por base y por fin superior un servicio de policía; se apoyan en una idea y sirven a un fin social y moral. Son esta clase de instituciones la manifestación de hermosas virtudes y cualidades.

Me permito alzar la copa por la consolidación de esas cualidades y virtudes, por el espíritu de iniciativa popular, por la convicción de los deberes de humanidad, por la constancia y abnegación.
La predicación de los deberes en esa forma de elocuencia, es en el Cuerpo de Bomberos el corolario de la enseñanza que se da con el ejemplo.Esta enseñanza práctica, la de los veteranos, que después de veinte o más años de servicios permanecen todavía en las filas, como si el tiempo no dejara huellas de su carrera en ellos, ejerce la más saludable influencia en las almas de la juventud, amarrándolas con vínculos indisolubles a los pilares de la Institución.La juventud, esencialmente impresionable por los sentimientos de nobleza y generosidad, se deja arrastrar y conducir ciegamente por el camino del bien; jamás rechaza los ejemplos que recibe de los hombres que la han precedido en la carrera de la vida.
Las tradiciones que aquella recibe, las leyendas del pasado, son las transmisiones del entusiasmo que conserva la eterna juventud del Cuerpo de Bomberos.El espíritu del Bombero, de que venimos hablando, tiene ya sus raíces en la familia. El ejemplo del padre, inculcado en el alma del hijo desde la más tierna infancia, transmite a modo de herencia, o por atavismo si se quiere, los ideales tan seductores que empujan a los niños a las filas del Cuerpo de Bomberos.
Nacen ellos destinados por decirlo así, a reemplazar a sus padres en el seno de la Institución, y a seguir las huellas del trabajo que ellos dejaron y de los servicios que prestaron a su Compañía.
Y como si eso no fuera bastante para propagar el entusiasmo y para formar los Bomberos de mañana, en algunas Compañías se llevan registros especiales para inscribir los nacimientos de los hijos de los Voluntarios, ni más ni menos que como se inscriben títulos de dominio, y periódicamente se les festeja en grandes y hermosísimas reuniones, llenos de atractivos para la infancia, para la juventud y para la vejez, en las cuales se rinde culto a los sentimientos que constituyen los fundamentos del Cuerpo de Bomberos, grabando en las almas infantiles de un modo indeleble la noción del deber.

Así se explica la juventud eterna y la prosperidad creciente de esta Institución fundada en 1863.
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lunes, 8 de febrero de 2010

EL BOMBARDEO DE VALPARAÍSO


En los primeros días de la fundación del Cuerpo, cuando los hombres de bien aplaudían sin cesar a los ciudadanos de buena voluntad que ingresaban a las filas animados del deseo de prevenir desgracias de la magnitud de la ocurrida en el Templo de la Compañía en la tarde del 8 de Diciembre de 1863, la población ignoraba lo mismo que las personas que simpatizaban con esa actitud, que los bomberos llegaran algún día a prestar servicios ajenos al de la extinción de incendios.
Esa ignorancia no constituía por cierto una duda hiriente para la confianza que en aquellos instantes se depositaba en la Institución, puesto que ella se justificaba ampliamente en un país que en su corta vida de pueblo libre no se había sentido hasta entonces amenazado por los peligros que el destino reserva a las naciones que han alcanzado la plenitud de su desarrollo.

Los bomberos también estaban muy lejos de pensar que alguna vez llegaran a ser útiles en una labor extraña a la defensa de la población contra los riesgos del fuego, y sus aspiraciones se limitaban a alcanzar rápidamente el maximun de eficiencia en el entrenamiento a que se encontraban sometidos para combatir con éxito al voraz elemento que en ese momento era el más implacable de los enemigos de la ciudad.
Y sin embargo esa Asociación que no había planeado jamás en prepararse para hacer frente a los riesgos que podían amenazar al país y en cuyos Estatutos y Reglamento no se han contemplado nunca disposiciones ajenas a las que impone el objeto mismo de su misión, debía demostrar con el tiempo que su campo de acción era limitado al ofrecer incondicionalmente su concurso a la patria en los momentos en que necesitaba del apoyo de todos sus hijos, y principalmente a la ciudad cada vez que se ha sentido amenazada por una desgracia o por una intensa aflicción.
La eficacísima ayuda prestada en todas esas ocasiones por el Cuerpo de Bomberos, ha demostrado que no es sólo una entidad destinada exclusivamente a dominar incendios, sino un auxiliar absolutamente indispensable para proteger a la población en las horas de amargura y desaliento que de tarde en tarde llevan el dolor y la desesperación a la mayor parte de los hogares.

No cumplía aún dos años de existencia la Institución cuando una delicada situación internacional sembró la alarma y el desconcierto a lo largo del territorio nacional. Las dificultades diplomáticas surgidas entre España y el Perú, hicieron que las Repúblicas hispano americanas se sintieran amenazadas por las pretensiones territoriales que aquella hacía valer, y Chile siempre leal a sus sentimientos de fraternal amistad hacia sus vecinos del continente se vio arrastrado a la lucha a pesar de su pobreza y de la ausencia absoluta de elementos para contrarrestar los ataques de su poderoso enemigo.
El 25 de Septiembre de 1865, el gobierno declaraba el estado de guerra con España, y el Cuerpo de Bomberos que el día antes había ofrecido sus servicios para llenar el vacío que dejaban las tropas de la guarnición en la capital, asistía a la revista militar destinada a dar mayor solemnidad a la publicación del bando por el cual se declaraban abiertas las hostilidades.
El entusiasmo de la población exaltó aún más el patriotismo de los bomberos, quienes solicitaron se les proporcionara el armamento indispensable para transformarse en un cuerpo armado.
Algunos días después (Nota del Ministerio de Guerra y Marina de fecha 26 de Septiembre de 1865), el Ministro de la Guerra D. José Manuel Pinto, enviaba al Directorio una conceptuosa nota en la que expresaba a nombre de S.E. el Presidente de la República, y del suyo propio, la gratitud que les merecía la conducta asumida por el Cuerpo de Bomberos, y al mismo tiempo manifestaba que el gobierno aceptaba el ofrecimiento que se le hacía porque veía en él una actitud digna de los beneméritos ciudadanos nacionales y extranjeros que formaban parte de la Institución.
Quince días más tarde, el Departamento de Armas de la Guarnición de Santiago, transcribió al Vice Superi ntendente del Cuerpo la siguiente resolución administrativa:

Nº 636.- Santiago, Octubre 11 de 1865.

El señor Ministro de la Guerra con fecha 7 comunica a ésta repartición el decreto supremo cuyo tenor es el siguiente:
En virtud del patriótico ofrecimiento que los bomberos de ésta capital han hecho al gobierno, fórmese con estos ciudadanos un cuerpo de voluntarios para el servicio de la guarnición, al mando de su Superintendente D. José Besa. Tómese razón, comuníquese.
Transcríbala a Ud. Para su conocimiento , previniéndole que convendría tuviese a bien pasar a esta oficina, con el objeto de proporcionarle los medios de que pueda disponer.

Dios que A Ud.
(Fdo.) José Erasmo Jofré.

De acuerdo con ese decreto se formó inmediatamente el Cuerpo de Bomberos armado, nombrándose Comandante a D. Máximo A. Argüelles, que desempeñaba a la sazón el cargo de Secretario General de la Institución.
Bajo la atenta vigilancia de tan entusiasta y esclarecido servidor los bomberos no tardaron en quedar en condiciones de reemplazar a las fuerzas de la guarnición que habían sido enviados a los puntos susceptibles de ser atacados por el enemigo.
Muy luego el Cuerpo de Bomberos recibió su bautismo de fuego, al ser empleado en la única ocasión de importancia que tuvo lugar en esa guerra. Al cabo de cinco meses de abiertas las hostilidades el jefe de la escuadra española, enardecido por los contrastes sufridos por las fuerzas de su mando, quizo vengar la captura de la “Covadonga” por la Corbeta “Esmeralda”, en la batalla de papudo, y notificó a las autoridades que el 31 de Marzo, procedería a bombardear al Puerto de Valparaíso.
La noticia conmovió a la opinión pública, tanto mas cuanto que Valparaíso no podía aludir el castigo que se le anunciaba por tratarse de un puerto indefenso y absolutamente incapaz de responder al ataque que iba hacer objeto, de manera que los españoles sin comprometer su escuadra, y sin poner en peligro la vida de uno solo de sus tripulantes, se aprestaba contra todo derecho y toda justicia para atacar una ciudad abierta e incapaz de repeler una agresión de tal naturaleza.
Se inició el éxodo de las familias que estaban en condiciones de abandonar la ciudad, para ponerse a cubierto del peligro del bombardeo que más tarde debería ser reprobado por los mismos compatriotas del almirante que lo ordenaba.
Para defender la ciudad contra los incendios que necesariamente debían producir las granadas españolas, y en previsión de los posibles saqueos que las situaciones de esta especie traen consigo, el gobierno dispuso que el Cuerpo de Bomberos de Santiago a excepción de las Compañías extranjeras que permanecerían de guardia en la capital, se trasladara a Valparaíso con la bomba a vapor de que disponía para proteger con la Institución hermana los respetables intereses que se encontraban amenazados.
A medida que el tiempo transcurría una febril actividad animaba a los bomberos, se alistaba el material de incendio y principalmente la bomba a vapor “Central”, que era la única existente en el país, se distribuía el armamento, las municiones, los bagajes, y se reunían apresudaramente los demás elementos que exigía una empresa de esta especie.
El 29 de Marzo día fijado para la partida, el material se embarcó en las primeras horas de la mañana, y al atardecer se dirigió el Cuerpo en correcta formación hacia la Estación Central de los Ferrocarriles del Estado, acompañado de los vítores del inmenso gentío que acudió a despedirlo.
A las 9,30 de la noche partió el convoy, en medio de los acordes de la canción nacional que fue cantada con gran entusiasmo por todos los bomberos. Esas manifestaciones se repitieron en todas las estaciones del trayecto hasta que llegaron a Valparaíso a las 6,45 de la mañana del día siguiente. Inmediatamente se desembarcó la bomba, el armamento y los bagajes, organizándose la columna que ya era esperada por un gentío numerosísimo.
El desfile se inició a las 10 de la mañana, partiendo desde la estación del Barón que en ese momento era el término de la línea férrea, para dirigirse por la Avenida Victoria al Hospicio, que era el sitio destinado a servir de Cuartel General. La vanguardia de cada Compañía estaba formada por los voluntarios armados, el centro por los auxiliares que arrastraban los trenes y el material de incendio, y a retaguardia el resto del personal.
El Directorio del Cuerpo de Bomberos de Valparaíso que atendió desde el primer momento al de Santiago en forma que comprometió altamente su gratitud, invitó a una reunión al Comandante y a los Directores de las Compañías para adoptar un plan de conjunto que permitiera atender en la mejor forma posible a la pronta extinción de los incendios.
La ciudad fue dividida en tres sectores, y cada sector quedó al mando de un jefe especial a cargo de cuatro Compañías de las cuales tres eran de bombas y una de Hachas y Escaleras.
Las Compañías de Santiago fueron distribuidas en cada uno de estos grupos, y el personal armado sin perjuicio de cooperar a la extinción de los incendios, debía montar guardia para evitar los atentados criminales contra las personas y la propiedad.
El 30 de Marzo fue un día de intensa agitación. A las tres de la tarde, se probó la bomba “Central”, comprobándose su perfecto funcionamiento, y al anochecer se reunieron las Compañías en el cuartel general situado provisoriamente en el Hospicio a fin de recibir las últimas instrucciones. Poco después se ordenó recogida y a las cuatro de la madrugada del día siguiente se tocó la diana, tomando cada grupo las posiciones que se le habían designado la noche anterior.
Por fin a las 9 de la mañana, comenzó el bombardeo, que una hora antes había sido anunciado por el buque insignia de la escuadra española, con los cañonazos sin bala disparados desde su fondeadero en la bahía.

En un principio el cañoneo se limitó a los almacenes de la aduana, a la Intendencia y a la Estación del Barón, pero muy pronto los buques enemigos comenzaron a abarcar con sus disparos todo el sector comprendido entre los Almacenes Fiscales y la Estación de los Ferrocarriles, arruinando numerosos edificios que se desplomaron con gran estrépito.
A los perjuicios ocasionados por las granadas se sumaron los desastrosos efectos producidos por dos cohetes incendiarios. El primero que fue disparado sobre la Intendencia erró el blanco, y cayó sobre una propiedad situada al lado del Hotel Unión en la calle de la Planchada (actual Serrano), incendiándolo rápidamente, y el otro que hizo impacto en los Almacenes Fiscales dio origen a un segundo incendio que estalló a las once de la mañana. A las doce del día cesó el inútil bombardeo, que empañó la gloria de la marina española, cuyos valientes marinos no podían ocultar la vergüenza que les producía el acto de guerra ordenado por sus jefes superiores, que no trepidaron en mancillar la noble reputación de su bandera tratando de vengar ofensas que estaban lejos de ser lavadas con la destrucción de una ciudad indefensa.
En cuanto terminó el fuego de Artillería, se dio la alarma de incendio, y las tres brigadas se concentraron en los puntos amagados. Sin embargo, en los Almacenes de la Aduana no hubo otro trabajo que el de apagar escombros, puesto que a la llegada de los bomberos las dos secciones en que se hallaba dividido el edificio se encontraban totalmente invadidas por el fuego que destruyó por completo las valiosas mercaderías depositadas en esos locales.
Entre tanto el incendio de la calle de la Planchada (hoy Serrano) había asumido proporciones pavorosas; el Hotel Unión vecino a la propiedad en que comenzó el incendio, junto con treinta almacenes y las numerosas casas de habitación establecidas en esa cuadra fueron arruinadas por el fuego, que continuó avanzando por ambas aceras de dicha calle hasta llegar a la Plaza Municipal (actual Plaza Echaurren), devastando cruelmente las cuatro o cinco cuadras que mediaban entre uno y otro punto.
Los bomberos con tesón admirable se impusieron la ímproba tarea de impedir que las llamas se extendieran a las propiedades situadas en la calle de Cochranne, y para obtener este resultado se distribuyeron con su material a lo largo del dilatado sector desbastado por el fuego. La “Central”, se colocó primeramente en el muelle, pero en atención a que esta ubicación no era la más apropiada para su funcionamiento, fue conducida a la playa donde se encontraban trabajando con éxito las bombas de palanca pertenecientes al Cuerpo de Bomberos de Valparaíso.

A las diez de la mañana del día siguiente, después de una labor abrumadora en la que se emplearon cerca de veinte horas de continuo y penoso trabajo, el peligro quedó conjurado, y el personal pudo retirarse a descansar seguro de que la ciudad se había salvado de una hecatombe de proporciones incalculables.
Los perjuicios ocasionados tanto por el bombardeo como por los incendios ascendieron a varios millones de pesos. En cuanto a las pérdidas de vidas a pesar de que fueron muy escasas llevaron el luto y la desesperación a varios hogares.
El Cuerpo de Bomberos de Santiago permaneció dos días más en Valparaíso, montando guardia en la ciudad y coadyuvando a la tarea de apagar los escombros en los edificios incendiados.
El 3 de Abril en la mañana los voluntarios de la capital se embarcaron de regreso con su material, a excepción de la bomba “Central” que en previsión de un nuevo bombardeo quedó a cargo del Directorio de la Institución Porteña. El convoy llegó a la estación Alameda a las 15 horas, donde era esperado por la 4ª de Bombas y la 2ª de Hachas, los oficiales de los Batallones Cívicos Nºs 2 y 3, y dos bandas de música que los recibieron con los acordes del himno nacional.

A las cinco y media en punto la columna de voluntarios armados se puso en marcha en dirección a sus respectivos cuarteles. Encabezaban el desfile las Compañías francesas, a continuación formaban las bandas de músicos, los batallones cívicos 2 y 3, el Comandante del Cuerpo acompañado de dos médicos y de un capellán, y en seguida la columna expedicionaria con todo su armamento y el material de incendio bajo las órdenes de su jefe D. Máximo A. Argüelles. La concurrencia que acudió a recibirlos como así mismo el público que los esperaba estacionado en las calles les tributó un cariñoso e inolvidable recibimiento.
La brillante actitud observada por el Cuerpo de Bomberos de Valparaíso y de Santiago, mereció los más elogiosos conceptos de parte de las autoridades y de la prensa del país.
El “Mercurio” de Valparaíso en su edición de fecha 2 de Abril, expresaba que gracias al comportamiento entusiasta y esforzado de los jóvenes de Santiago se debía el haberse cortado el fuego en la calle de la Planchada, salvando a la ciudad de una completa destrucción por lo que se habían hecho acreedores a la gratitud pública.

El Intendente de Valparaíso D. José Ramón Lira, al comunicar al gobierno los sucesos acaecidos el día anterior en la ciudad, manifestaba que una parte importante de la gloriosa jornada correspondía a los abnegados bomberos de ambas Instituciones que habían salvado a la ciudad de un espantoso incendio.
Por su parte el Comandante General de Armas D. Vicente Villalón, en oficio enviado al Ministerio de la Guerra declaraba que una vez terminado el bombardeo, un enemigo doblemente temible reclamaba los servicios de los bomberos de Valparaíso y Santiago, cuya conducta sería imposible calificar debidamente dada la importante actuación que les correspondió, y quienes arriesgaron su propia vida, secundados por las tropas del Ejército y de la Guardia Nacional para disminuir los estragos del fuego.

Si el Cuerpo de Bomberos de Santiago, había recibido hasta entonces la adhesión entusiasta de toda la capital por el correcto desempeño de su misión, con la heroica jornada del 31 de Marzo conquistó el aplauso unánime del país, y reafirmó su bien ganado prestigio que más tarde le debía servir para perseverar en el cumplimiento del deber que en hora aciaga se impuso con resolución y desinterés.
El bautismo de fuego que por primera vez recibían ambas Instituciones, demostró que las asociaciones de bomberos voluntarios del país eran dignas de la mayor confianza por su organización y disciplina y su objeto no era sólo el de extinguir incendios, sino también el de proteger a sus conciudadanos en los momentos difíciles que el porvenir les podía deparar.
Todas estas manifestaciones con las cuales se premiaba el brillante comportamiento del personal, estimulaban su adhesión a la causa que servían, y principalmente las que más contribuyeron a ese fin fueron las que recibieron de parte de las autoridades y del Directorio del Cuerpo de Valparaíso.
En la nota enviada por el Intendente D. Ramón Lira, al Comandante D. Francisco Bascuñán Guerrero, este funcionario reconocía que la ciudad se había salvado de quedar destruida por el fuego únicamente por los abnegados esfuerzos de los bomberos de Santiago y Valparaíso sobre quienes recaía todo el mérito de la gloriosa jornada.
Esa expresiva felicitación fue contestada por el Sr. Bascuñán, en una atenta nota en que manifestaba que el Cuerpo de Santiago no podía permanecer impasible ante la noticia del atentado que se deparaba a la ciudad de Valparaíso, y por eso creyó cumplir con un deber al llevarle sus fraternales simpatías, acompañándola y compartiendo los gloriosos peligros que sostienen una grande y santa causa, y más adelante agregaba, que la felicitación de los vecinos del Puerto, era una valiosa e inestimable recompensa, como también la feliz circunstancia de haber cooperado con sus débiles esfuerzos al trabajo del valioso e intrépido Cuerpo de Bomberos de Valparaíso, a quien secundaría nuevamente si el enemigo decretase otro día de incendio y de devastación.
A tan elocuente manifestación de gratitud, se sumó la de la más alta autoridad de los bomberos Porteños, con los cuales se habían estrechado los vínculos de afecto y confraternidad trabajando firmemente unidos en aquel día de intenso pesar para la República.

La comunicación a que se hace referencia decía entre otras cosas lo siguiente:
“La espontaneidad, la decisión y energía que ha desplegado, acompañando al Cuerpo de Bomberos de Valparaíso en la catástrofe más grande que haya tenido que presenciar, el Cuerpo de Bomberos de Santiago ha dado la más alta prueba de la manera como sabe cumplir el sagrado deber que le impone la Patria y la humanidad.
Me complazco, señor Superintendente, de ser el órgano de la expresión de los sentimientos de este Cuerpo, para transmitir por el intermedio de Ud. El más sincero y cordial agradecimiento al Cuerpo de Bomberos de esa capital, so sólo en su carácter de Bomberos sino también en el de Voluntarios Armados, sirviendo como guardias del orden y de la propiedad y distinguiéndose en ambos roles del modo más brillante, por el poderoso auxilio y señalado servicio que acaba de prestarle en el memorable 31 de Marzo, salvando la ciudad de Valparaíso de los horrores del incendio general, obra premeditada de la escuadra española”.
La brillante acción del 31 de Marzo de 1866, no ha sido ni será jamás olvidada por los modestos defensores de la propiedad, puesto que ambas ciudades siempre que se han encontrado abandonadas a su suerte en presencia de acontecimientos gravísimos para la seguridad de sus habitantes, han sido protegidas por sus Asociaciones bomberíles, quienes han evitado desordenes que de haberse producido habrían llevado seguramente consigo la destrucción, el pillaje y la muerte a numerosísimos hogares del todo ajenos a los intereses en lucha.
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Jorge Recabarren, historiador y Voluntario Honorario de la Primera Compañía de Bomberos de Santiago.
Año 1939.-