miércoles, 10 de febrero de 2010

DISCURSO DE DON ENRIQUE MAC - IVER


Instada la matrona romana (Cornelia) para que exhibiese sus joyas, presentó a sus hijos, aquellos Gracos (Tiberio y Cayo) que sacrificaron la vida por la libertad y el bienestar de la patria.

Me parece que si se pidiese a Chile que mostrase las joyas con que enaltece y hermosea su frente republicana, presentaría ésta Institución de Bomberos Voluntarios, donde se sacrifica el reposo, la salud y a veces la existencia, por la tranquilidad y el bienestar de los demás.
Y tenía razón, porque, así como debajo del tosco uniforme del Bombero encontraría ilustración y nobilísimos sentimientos, este conjunto material de hombres, cosas y reglas que sirven para defender propiedades y vidas entre los riesgos del fuego, encierra espíritus de excelsas cualidades.
En todas partes hay incendios y hay Cuerpos de Bomberos; pero no hay en todas partes instituciones como ésta, que combaten el fuego a impulsos de una idea y de un sentimiento que dignifican y engrandecen.

Aquellos cuerpos son creaciones de la ley administrativa, organizaciones de policía, fuerzas físicas contra incendios. Esta Institución es hija de la libre iniciativa social, es una organización intelectual y moral y, una fuerza consciente contra los males de la comunidad.En otras partes el Bombero es un empleado, desempeña un oficio, cumple un contrato. Entre nosotros el Bombero es un ciudadano, se impone una misión, cumple su deber.Allí, aunque a veces se muera heroicamente en su puesto, se sirve por obligación o por paga. Aquí, aunque no se muere siempre en el fuego, se sirve por abnegación y se paga por servir.
Aquello es el hecho de un gobierno. Este es el espíritu de un pueblo.

La existencia de instituciones como éstas, suponen una sociedad de ideas adelantadas, de sentimientos elevados. Son, si se me permite la expresión, el barómetro que marca la altura moral e intelectual de una sociedad. Soportar duras fatigas, afrontar peligros, exponer la salud, y rendir a veces la vida, sin recompensa, por cumplir un deber de humanidad, no es acto de seres ínfimos y apocados sino, de almas fuertes y esclarecidas.En el sacrificio por la familia hay más instinto que idea; en el sacrificio por la patria hay idea y hay instinto; en el sacrificio por la humanidad no hay más que idea y sentimiento.El león sufre y muere por su cría, el salvaje sufre y muere por su suelo, sólo el hombre civilizado sufre y muere por la humanidad.
Al soldado que combate por la patria, le sonríe la gloria. Al misionero que se expone por la religión, le espera el cielo. Al sabio que se aniquila por la ciencia, le guarda la inmortalidad. Al político que lucha por la justicia y la libertad, puede alcanzar la popularidad y el poder.
Los que visten estas burdas cotonas no tienen gloria, cielo, inmortalidad, popularidad, ni poder por recompensa. Si pretenden alguna, búsquenla en el fondo del alma, allí donde se siente la conciencia que da plácida alegría y satisfacción al bueno y, desasosiego y tortura al egoísta y al malvado.

No sé porque cuando recuerdo el origen de la historia de estos Cuerpos de Bomberos, cuando miro sus hechos y estudio su espíritu, desaparecen a mí vista reglamentos y tácticas, cuarteles y máquinas, y todo este bélico aparato destinado a apagar incendios, y contemplo una escuela de alta enseñanza y moralidad social.
Aquí se juntan y confunden para el trabajo y el sacrificio, sin más aliciente que el de cumplir un deber, hombres de todas las razas, de todas las lenguas y de todas las patrias; demostrando con esto que por sobre las fronteras políticas se extiende esta Institución de Bomberos, la cadena de oro de la fraternidad universal.

De nuestras filas no excluye el católico al protestante, ni el cristiano al judío, ni el creyente al libre pensador, y codo a codo trabajan y mueren cuando el deber así lo exige, apartados de todas las doctrinas, discípulos de todas las escuelas, y adeptos de todos los partidos; que al lado de los sentimientos fraternales, vida tiene aquí la tolerancia, la más necesaria, si no la más elevada de las virtudes sociales.
Y debe ser el fuego devastador de incendios, luz ante la cual huyen muchas preocupaciones y se modifican muchos hábitos, porque esta sociedad chilena formada en sus orígenes por soldados conquistadores e indios conquistados, donde hubo jerarquías y casi hubo sectas; en esta sociedad cerrada e intransigente, de oro y burdos pergaminos, nos ha nacido, vive vigorosa y crecerá potente esta Institución basada en la igualdad de todos sus miembros, donde se comprenden y amalgaman en una, todas las clases sociales sin más diferencia que las marcadas por la virtud y los servicios.

Sí; un Cuerpo de Bomberos es una escuela. Forma una verdadera República Federal con sabia organización general y seccional, con jefes, asambleas deliberantes, tribunales y comicios, con pasiones e intereses, luchas y agitaciones.
En este pequeño mundo, donde todos son iguales ante el derecho y se respeta el derecho de todos, como el niño que aprende la geografía de la tierra en un diminuto globo, aprende el Bombero a obedecer y a mandar, a deliberar y a juzgar; disciplina su espíritu en el ejercicio de su iniciativa, de su deber, de su derecho; aprende, en una palabra, a gobernar, a ser ciudadano de un pueblo libre.
Lo que digo explica la popularidad y el prestigio de que gozan entre nosotros los Cuerpos de Bomberos y, justifican el orgullo con que el país los contempla y la gran distinción con que los trata.
La asistencia de ellos no tiene por base y por fin superior un servicio de policía; se apoyan en una idea y sirven a un fin social y moral. Son esta clase de instituciones la manifestación de hermosas virtudes y cualidades.

Me permito alzar la copa por la consolidación de esas cualidades y virtudes, por el espíritu de iniciativa popular, por la convicción de los deberes de humanidad, por la constancia y abnegación.
La predicación de los deberes en esa forma de elocuencia, es en el Cuerpo de Bomberos el corolario de la enseñanza que se da con el ejemplo.Esta enseñanza práctica, la de los veteranos, que después de veinte o más años de servicios permanecen todavía en las filas, como si el tiempo no dejara huellas de su carrera en ellos, ejerce la más saludable influencia en las almas de la juventud, amarrándolas con vínculos indisolubles a los pilares de la Institución.La juventud, esencialmente impresionable por los sentimientos de nobleza y generosidad, se deja arrastrar y conducir ciegamente por el camino del bien; jamás rechaza los ejemplos que recibe de los hombres que la han precedido en la carrera de la vida.
Las tradiciones que aquella recibe, las leyendas del pasado, son las transmisiones del entusiasmo que conserva la eterna juventud del Cuerpo de Bomberos.El espíritu del Bombero, de que venimos hablando, tiene ya sus raíces en la familia. El ejemplo del padre, inculcado en el alma del hijo desde la más tierna infancia, transmite a modo de herencia, o por atavismo si se quiere, los ideales tan seductores que empujan a los niños a las filas del Cuerpo de Bomberos.
Nacen ellos destinados por decirlo así, a reemplazar a sus padres en el seno de la Institución, y a seguir las huellas del trabajo que ellos dejaron y de los servicios que prestaron a su Compañía.
Y como si eso no fuera bastante para propagar el entusiasmo y para formar los Bomberos de mañana, en algunas Compañías se llevan registros especiales para inscribir los nacimientos de los hijos de los Voluntarios, ni más ni menos que como se inscriben títulos de dominio, y periódicamente se les festeja en grandes y hermosísimas reuniones, llenos de atractivos para la infancia, para la juventud y para la vejez, en las cuales se rinde culto a los sentimientos que constituyen los fundamentos del Cuerpo de Bomberos, grabando en las almas infantiles de un modo indeleble la noción del deber.

Así se explica la juventud eterna y la prosperidad creciente de esta Institución fundada en 1863.
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lunes, 8 de febrero de 2010

EL BOMBARDEO DE VALPARAÍSO


En los primeros días de la fundación del Cuerpo, cuando los hombres de bien aplaudían sin cesar a los ciudadanos de buena voluntad que ingresaban a las filas animados del deseo de prevenir desgracias de la magnitud de la ocurrida en el Templo de la Compañía en la tarde del 8 de Diciembre de 1863, la población ignoraba lo mismo que las personas que simpatizaban con esa actitud, que los bomberos llegaran algún día a prestar servicios ajenos al de la extinción de incendios.
Esa ignorancia no constituía por cierto una duda hiriente para la confianza que en aquellos instantes se depositaba en la Institución, puesto que ella se justificaba ampliamente en un país que en su corta vida de pueblo libre no se había sentido hasta entonces amenazado por los peligros que el destino reserva a las naciones que han alcanzado la plenitud de su desarrollo.

Los bomberos también estaban muy lejos de pensar que alguna vez llegaran a ser útiles en una labor extraña a la defensa de la población contra los riesgos del fuego, y sus aspiraciones se limitaban a alcanzar rápidamente el maximun de eficiencia en el entrenamiento a que se encontraban sometidos para combatir con éxito al voraz elemento que en ese momento era el más implacable de los enemigos de la ciudad.
Y sin embargo esa Asociación que no había planeado jamás en prepararse para hacer frente a los riesgos que podían amenazar al país y en cuyos Estatutos y Reglamento no se han contemplado nunca disposiciones ajenas a las que impone el objeto mismo de su misión, debía demostrar con el tiempo que su campo de acción era limitado al ofrecer incondicionalmente su concurso a la patria en los momentos en que necesitaba del apoyo de todos sus hijos, y principalmente a la ciudad cada vez que se ha sentido amenazada por una desgracia o por una intensa aflicción.
La eficacísima ayuda prestada en todas esas ocasiones por el Cuerpo de Bomberos, ha demostrado que no es sólo una entidad destinada exclusivamente a dominar incendios, sino un auxiliar absolutamente indispensable para proteger a la población en las horas de amargura y desaliento que de tarde en tarde llevan el dolor y la desesperación a la mayor parte de los hogares.

No cumplía aún dos años de existencia la Institución cuando una delicada situación internacional sembró la alarma y el desconcierto a lo largo del territorio nacional. Las dificultades diplomáticas surgidas entre España y el Perú, hicieron que las Repúblicas hispano americanas se sintieran amenazadas por las pretensiones territoriales que aquella hacía valer, y Chile siempre leal a sus sentimientos de fraternal amistad hacia sus vecinos del continente se vio arrastrado a la lucha a pesar de su pobreza y de la ausencia absoluta de elementos para contrarrestar los ataques de su poderoso enemigo.
El 25 de Septiembre de 1865, el gobierno declaraba el estado de guerra con España, y el Cuerpo de Bomberos que el día antes había ofrecido sus servicios para llenar el vacío que dejaban las tropas de la guarnición en la capital, asistía a la revista militar destinada a dar mayor solemnidad a la publicación del bando por el cual se declaraban abiertas las hostilidades.
El entusiasmo de la población exaltó aún más el patriotismo de los bomberos, quienes solicitaron se les proporcionara el armamento indispensable para transformarse en un cuerpo armado.
Algunos días después (Nota del Ministerio de Guerra y Marina de fecha 26 de Septiembre de 1865), el Ministro de la Guerra D. José Manuel Pinto, enviaba al Directorio una conceptuosa nota en la que expresaba a nombre de S.E. el Presidente de la República, y del suyo propio, la gratitud que les merecía la conducta asumida por el Cuerpo de Bomberos, y al mismo tiempo manifestaba que el gobierno aceptaba el ofrecimiento que se le hacía porque veía en él una actitud digna de los beneméritos ciudadanos nacionales y extranjeros que formaban parte de la Institución.
Quince días más tarde, el Departamento de Armas de la Guarnición de Santiago, transcribió al Vice Superi ntendente del Cuerpo la siguiente resolución administrativa:

Nº 636.- Santiago, Octubre 11 de 1865.

El señor Ministro de la Guerra con fecha 7 comunica a ésta repartición el decreto supremo cuyo tenor es el siguiente:
En virtud del patriótico ofrecimiento que los bomberos de ésta capital han hecho al gobierno, fórmese con estos ciudadanos un cuerpo de voluntarios para el servicio de la guarnición, al mando de su Superintendente D. José Besa. Tómese razón, comuníquese.
Transcríbala a Ud. Para su conocimiento , previniéndole que convendría tuviese a bien pasar a esta oficina, con el objeto de proporcionarle los medios de que pueda disponer.

Dios que A Ud.
(Fdo.) José Erasmo Jofré.

De acuerdo con ese decreto se formó inmediatamente el Cuerpo de Bomberos armado, nombrándose Comandante a D. Máximo A. Argüelles, que desempeñaba a la sazón el cargo de Secretario General de la Institución.
Bajo la atenta vigilancia de tan entusiasta y esclarecido servidor los bomberos no tardaron en quedar en condiciones de reemplazar a las fuerzas de la guarnición que habían sido enviados a los puntos susceptibles de ser atacados por el enemigo.
Muy luego el Cuerpo de Bomberos recibió su bautismo de fuego, al ser empleado en la única ocasión de importancia que tuvo lugar en esa guerra. Al cabo de cinco meses de abiertas las hostilidades el jefe de la escuadra española, enardecido por los contrastes sufridos por las fuerzas de su mando, quizo vengar la captura de la “Covadonga” por la Corbeta “Esmeralda”, en la batalla de papudo, y notificó a las autoridades que el 31 de Marzo, procedería a bombardear al Puerto de Valparaíso.
La noticia conmovió a la opinión pública, tanto mas cuanto que Valparaíso no podía aludir el castigo que se le anunciaba por tratarse de un puerto indefenso y absolutamente incapaz de responder al ataque que iba hacer objeto, de manera que los españoles sin comprometer su escuadra, y sin poner en peligro la vida de uno solo de sus tripulantes, se aprestaba contra todo derecho y toda justicia para atacar una ciudad abierta e incapaz de repeler una agresión de tal naturaleza.
Se inició el éxodo de las familias que estaban en condiciones de abandonar la ciudad, para ponerse a cubierto del peligro del bombardeo que más tarde debería ser reprobado por los mismos compatriotas del almirante que lo ordenaba.
Para defender la ciudad contra los incendios que necesariamente debían producir las granadas españolas, y en previsión de los posibles saqueos que las situaciones de esta especie traen consigo, el gobierno dispuso que el Cuerpo de Bomberos de Santiago a excepción de las Compañías extranjeras que permanecerían de guardia en la capital, se trasladara a Valparaíso con la bomba a vapor de que disponía para proteger con la Institución hermana los respetables intereses que se encontraban amenazados.
A medida que el tiempo transcurría una febril actividad animaba a los bomberos, se alistaba el material de incendio y principalmente la bomba a vapor “Central”, que era la única existente en el país, se distribuía el armamento, las municiones, los bagajes, y se reunían apresudaramente los demás elementos que exigía una empresa de esta especie.
El 29 de Marzo día fijado para la partida, el material se embarcó en las primeras horas de la mañana, y al atardecer se dirigió el Cuerpo en correcta formación hacia la Estación Central de los Ferrocarriles del Estado, acompañado de los vítores del inmenso gentío que acudió a despedirlo.
A las 9,30 de la noche partió el convoy, en medio de los acordes de la canción nacional que fue cantada con gran entusiasmo por todos los bomberos. Esas manifestaciones se repitieron en todas las estaciones del trayecto hasta que llegaron a Valparaíso a las 6,45 de la mañana del día siguiente. Inmediatamente se desembarcó la bomba, el armamento y los bagajes, organizándose la columna que ya era esperada por un gentío numerosísimo.
El desfile se inició a las 10 de la mañana, partiendo desde la estación del Barón que en ese momento era el término de la línea férrea, para dirigirse por la Avenida Victoria al Hospicio, que era el sitio destinado a servir de Cuartel General. La vanguardia de cada Compañía estaba formada por los voluntarios armados, el centro por los auxiliares que arrastraban los trenes y el material de incendio, y a retaguardia el resto del personal.
El Directorio del Cuerpo de Bomberos de Valparaíso que atendió desde el primer momento al de Santiago en forma que comprometió altamente su gratitud, invitó a una reunión al Comandante y a los Directores de las Compañías para adoptar un plan de conjunto que permitiera atender en la mejor forma posible a la pronta extinción de los incendios.
La ciudad fue dividida en tres sectores, y cada sector quedó al mando de un jefe especial a cargo de cuatro Compañías de las cuales tres eran de bombas y una de Hachas y Escaleras.
Las Compañías de Santiago fueron distribuidas en cada uno de estos grupos, y el personal armado sin perjuicio de cooperar a la extinción de los incendios, debía montar guardia para evitar los atentados criminales contra las personas y la propiedad.
El 30 de Marzo fue un día de intensa agitación. A las tres de la tarde, se probó la bomba “Central”, comprobándose su perfecto funcionamiento, y al anochecer se reunieron las Compañías en el cuartel general situado provisoriamente en el Hospicio a fin de recibir las últimas instrucciones. Poco después se ordenó recogida y a las cuatro de la madrugada del día siguiente se tocó la diana, tomando cada grupo las posiciones que se le habían designado la noche anterior.
Por fin a las 9 de la mañana, comenzó el bombardeo, que una hora antes había sido anunciado por el buque insignia de la escuadra española, con los cañonazos sin bala disparados desde su fondeadero en la bahía.

En un principio el cañoneo se limitó a los almacenes de la aduana, a la Intendencia y a la Estación del Barón, pero muy pronto los buques enemigos comenzaron a abarcar con sus disparos todo el sector comprendido entre los Almacenes Fiscales y la Estación de los Ferrocarriles, arruinando numerosos edificios que se desplomaron con gran estrépito.
A los perjuicios ocasionados por las granadas se sumaron los desastrosos efectos producidos por dos cohetes incendiarios. El primero que fue disparado sobre la Intendencia erró el blanco, y cayó sobre una propiedad situada al lado del Hotel Unión en la calle de la Planchada (actual Serrano), incendiándolo rápidamente, y el otro que hizo impacto en los Almacenes Fiscales dio origen a un segundo incendio que estalló a las once de la mañana. A las doce del día cesó el inútil bombardeo, que empañó la gloria de la marina española, cuyos valientes marinos no podían ocultar la vergüenza que les producía el acto de guerra ordenado por sus jefes superiores, que no trepidaron en mancillar la noble reputación de su bandera tratando de vengar ofensas que estaban lejos de ser lavadas con la destrucción de una ciudad indefensa.
En cuanto terminó el fuego de Artillería, se dio la alarma de incendio, y las tres brigadas se concentraron en los puntos amagados. Sin embargo, en los Almacenes de la Aduana no hubo otro trabajo que el de apagar escombros, puesto que a la llegada de los bomberos las dos secciones en que se hallaba dividido el edificio se encontraban totalmente invadidas por el fuego que destruyó por completo las valiosas mercaderías depositadas en esos locales.
Entre tanto el incendio de la calle de la Planchada (hoy Serrano) había asumido proporciones pavorosas; el Hotel Unión vecino a la propiedad en que comenzó el incendio, junto con treinta almacenes y las numerosas casas de habitación establecidas en esa cuadra fueron arruinadas por el fuego, que continuó avanzando por ambas aceras de dicha calle hasta llegar a la Plaza Municipal (actual Plaza Echaurren), devastando cruelmente las cuatro o cinco cuadras que mediaban entre uno y otro punto.
Los bomberos con tesón admirable se impusieron la ímproba tarea de impedir que las llamas se extendieran a las propiedades situadas en la calle de Cochranne, y para obtener este resultado se distribuyeron con su material a lo largo del dilatado sector desbastado por el fuego. La “Central”, se colocó primeramente en el muelle, pero en atención a que esta ubicación no era la más apropiada para su funcionamiento, fue conducida a la playa donde se encontraban trabajando con éxito las bombas de palanca pertenecientes al Cuerpo de Bomberos de Valparaíso.

A las diez de la mañana del día siguiente, después de una labor abrumadora en la que se emplearon cerca de veinte horas de continuo y penoso trabajo, el peligro quedó conjurado, y el personal pudo retirarse a descansar seguro de que la ciudad se había salvado de una hecatombe de proporciones incalculables.
Los perjuicios ocasionados tanto por el bombardeo como por los incendios ascendieron a varios millones de pesos. En cuanto a las pérdidas de vidas a pesar de que fueron muy escasas llevaron el luto y la desesperación a varios hogares.
El Cuerpo de Bomberos de Santiago permaneció dos días más en Valparaíso, montando guardia en la ciudad y coadyuvando a la tarea de apagar los escombros en los edificios incendiados.
El 3 de Abril en la mañana los voluntarios de la capital se embarcaron de regreso con su material, a excepción de la bomba “Central” que en previsión de un nuevo bombardeo quedó a cargo del Directorio de la Institución Porteña. El convoy llegó a la estación Alameda a las 15 horas, donde era esperado por la 4ª de Bombas y la 2ª de Hachas, los oficiales de los Batallones Cívicos Nºs 2 y 3, y dos bandas de música que los recibieron con los acordes del himno nacional.

A las cinco y media en punto la columna de voluntarios armados se puso en marcha en dirección a sus respectivos cuarteles. Encabezaban el desfile las Compañías francesas, a continuación formaban las bandas de músicos, los batallones cívicos 2 y 3, el Comandante del Cuerpo acompañado de dos médicos y de un capellán, y en seguida la columna expedicionaria con todo su armamento y el material de incendio bajo las órdenes de su jefe D. Máximo A. Argüelles. La concurrencia que acudió a recibirlos como así mismo el público que los esperaba estacionado en las calles les tributó un cariñoso e inolvidable recibimiento.
La brillante actitud observada por el Cuerpo de Bomberos de Valparaíso y de Santiago, mereció los más elogiosos conceptos de parte de las autoridades y de la prensa del país.
El “Mercurio” de Valparaíso en su edición de fecha 2 de Abril, expresaba que gracias al comportamiento entusiasta y esforzado de los jóvenes de Santiago se debía el haberse cortado el fuego en la calle de la Planchada, salvando a la ciudad de una completa destrucción por lo que se habían hecho acreedores a la gratitud pública.

El Intendente de Valparaíso D. José Ramón Lira, al comunicar al gobierno los sucesos acaecidos el día anterior en la ciudad, manifestaba que una parte importante de la gloriosa jornada correspondía a los abnegados bomberos de ambas Instituciones que habían salvado a la ciudad de un espantoso incendio.
Por su parte el Comandante General de Armas D. Vicente Villalón, en oficio enviado al Ministerio de la Guerra declaraba que una vez terminado el bombardeo, un enemigo doblemente temible reclamaba los servicios de los bomberos de Valparaíso y Santiago, cuya conducta sería imposible calificar debidamente dada la importante actuación que les correspondió, y quienes arriesgaron su propia vida, secundados por las tropas del Ejército y de la Guardia Nacional para disminuir los estragos del fuego.

Si el Cuerpo de Bomberos de Santiago, había recibido hasta entonces la adhesión entusiasta de toda la capital por el correcto desempeño de su misión, con la heroica jornada del 31 de Marzo conquistó el aplauso unánime del país, y reafirmó su bien ganado prestigio que más tarde le debía servir para perseverar en el cumplimiento del deber que en hora aciaga se impuso con resolución y desinterés.
El bautismo de fuego que por primera vez recibían ambas Instituciones, demostró que las asociaciones de bomberos voluntarios del país eran dignas de la mayor confianza por su organización y disciplina y su objeto no era sólo el de extinguir incendios, sino también el de proteger a sus conciudadanos en los momentos difíciles que el porvenir les podía deparar.
Todas estas manifestaciones con las cuales se premiaba el brillante comportamiento del personal, estimulaban su adhesión a la causa que servían, y principalmente las que más contribuyeron a ese fin fueron las que recibieron de parte de las autoridades y del Directorio del Cuerpo de Valparaíso.
En la nota enviada por el Intendente D. Ramón Lira, al Comandante D. Francisco Bascuñán Guerrero, este funcionario reconocía que la ciudad se había salvado de quedar destruida por el fuego únicamente por los abnegados esfuerzos de los bomberos de Santiago y Valparaíso sobre quienes recaía todo el mérito de la gloriosa jornada.
Esa expresiva felicitación fue contestada por el Sr. Bascuñán, en una atenta nota en que manifestaba que el Cuerpo de Santiago no podía permanecer impasible ante la noticia del atentado que se deparaba a la ciudad de Valparaíso, y por eso creyó cumplir con un deber al llevarle sus fraternales simpatías, acompañándola y compartiendo los gloriosos peligros que sostienen una grande y santa causa, y más adelante agregaba, que la felicitación de los vecinos del Puerto, era una valiosa e inestimable recompensa, como también la feliz circunstancia de haber cooperado con sus débiles esfuerzos al trabajo del valioso e intrépido Cuerpo de Bomberos de Valparaíso, a quien secundaría nuevamente si el enemigo decretase otro día de incendio y de devastación.
A tan elocuente manifestación de gratitud, se sumó la de la más alta autoridad de los bomberos Porteños, con los cuales se habían estrechado los vínculos de afecto y confraternidad trabajando firmemente unidos en aquel día de intenso pesar para la República.

La comunicación a que se hace referencia decía entre otras cosas lo siguiente:
“La espontaneidad, la decisión y energía que ha desplegado, acompañando al Cuerpo de Bomberos de Valparaíso en la catástrofe más grande que haya tenido que presenciar, el Cuerpo de Bomberos de Santiago ha dado la más alta prueba de la manera como sabe cumplir el sagrado deber que le impone la Patria y la humanidad.
Me complazco, señor Superintendente, de ser el órgano de la expresión de los sentimientos de este Cuerpo, para transmitir por el intermedio de Ud. El más sincero y cordial agradecimiento al Cuerpo de Bomberos de esa capital, so sólo en su carácter de Bomberos sino también en el de Voluntarios Armados, sirviendo como guardias del orden y de la propiedad y distinguiéndose en ambos roles del modo más brillante, por el poderoso auxilio y señalado servicio que acaba de prestarle en el memorable 31 de Marzo, salvando la ciudad de Valparaíso de los horrores del incendio general, obra premeditada de la escuadra española”.
La brillante acción del 31 de Marzo de 1866, no ha sido ni será jamás olvidada por los modestos defensores de la propiedad, puesto que ambas ciudades siempre que se han encontrado abandonadas a su suerte en presencia de acontecimientos gravísimos para la seguridad de sus habitantes, han sido protegidas por sus Asociaciones bomberíles, quienes han evitado desordenes que de haberse producido habrían llevado seguramente consigo la destrucción, el pillaje y la muerte a numerosísimos hogares del todo ajenos a los intereses en lucha.
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Jorge Recabarren, historiador y Voluntario Honorario de la Primera Compañía de Bomberos de Santiago.
Año 1939.-

martes, 5 de enero de 2010

NUESTRO PRIMER SECRETARIO, EL ÚLTIMO DE YUNGAY



Antonio Barrena Lopetégui; es de los primeros habitantes de Valparaíso en sentir la campana que al campo del deber nos llama.

Más que entusiasta Voluntario recordado por la historia que con tanto ahínco y denuedo ayudo a construir dejando a las generaciones venideras registros de incalculable valor.

Junto a Cousiño, Sartori, Carson, Torres, Benítez y Riofrío, conforma la primera oficialidad de la aquel entonces llamada Bomba “Cousiño”. Tal fue el entusiasmo que vertió en las bases de nuestra fundación, que en los viejos libros de oficiales figura entre los primeros quienes juntos a la primitiva “Cousiño” acuden al primer incendio de la nueva Compañía de Bomberos del Almendral, (Noviembre 24, 1854). La bomba salió desde nuestro “Salón de Máquinas” arrastrada a pulso hasta el lugar del incendio el que distaba de más de 20 cuadras de nuestro Cuartel, ( Tribunales de Justicia) por los señores Antonio Riofrío 4º Teniente, Alberto Carson y Antonio Barrena Lopetégui. Al año siguiente y en la primera memoria de la “Tercera”, el Secretario Barrena relataría lo siguiente respecto del trabajo de la bomba en dicho incendio:

“Colocado el pitón en el callejón formado entre la casa del señor Lyon y la del señor Guinodié, por espacio de tres horas no dejó de arrojar un torrente de agua y contribuyó a salvar el edificio de la Aduana”.

Tuvo Barrena preponderante y especial participación en la fundación de nuestra Compañía, y junto a Sartóri se convertirían en gruesos y efectivos puntales de ella.

Antonio Barrena Lopetégui al fundar la “Tercera” ya le había corrido el pecho a las balas en los campos de batalla contra la confederación, y contaba con 34 años de edad. El Profesor e historiador de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso don Santiago Lorenzo Schiaffino presenta al lector el ensayo titulado “VIDA COTIDIANA DE UN BURGUES PORTEÑO DEL SIGLO XIX”, el que se introduce al lector de la siguiente manera:

“No es mi intención hacer la biografía de Don Antonio, a pesar de que reviste innegable interés, deseo más bien, teniendo como referencia su vida, adentrarme en la sociedad porteña para conocer como era la vida familiar, el mundo del trabajo y las diversiones en Valparaíso en la segunda mitad del siglo XIX. La vida de Don Antonio sintetiza muchas de las virtudes que adornaban a la burguesía porteña en el siglo XIX. Asceta, trabajador infatigable, muy responsable frente a sus obligaciones y con un alto sentido de la beneficencia en relación con la sociedad que lo cobijó, contribuyendo a la ciudad en cargos municipales y siendo uno de los fundadores de la Tercera Compañía de Bomberos y del club Valparaíso”.

Cuando tenía tan sólo 19 años le toco participar en la última batalla que nuestro país librara contra la confederación Perú – Boliviana, conocida como la batalla de Yungay. Ocurrida en el Norte de Lima y en donde bajo las ordenes de Manuel Bulnes nuestras tropas derrotaran a las fuerzas de Andrés Santa Cruz. (Enero 20, 1839).

Este episodio se inmortalizó con la construcción de la famosa Plaza de Yungay de Santiago, y se le encargó al talentoso compositor musical don José Zapiola Cortés la creación de una marcha que pasaría a la historia como el "Himno de Yungay", aquel mismo año triunfal, con un compás tan encendido y un lirismo tan patriótico que rápidamente se incorporó en la sociedad, casi como si fuese otra canción popular, e incluso como segundo himno nacional, en aquellos tiempos donde los símbolos patrios de Chile aún eran jóvenes.


“Cantemos la gloria del triunfo marcialque el pueblo Chileno obtuvo en Yungay”
“¡Oh! Patria querida, que vidas tan carasahora en tus aras se van a inmolarSu sangre vertida te da la victoria;su sangre a tu gloria da un brillo inmortal”.

En 1868 siendo Director, junto a Anastasio Bello Capitán, impulsan y concretan la compra de una nueva bomba para la Compañía, la que sería llamada “Cachapoal”, y prestara importantes servicios a Valparaíso.

Durante el año 1863 sirve en el cargo de Secretario General del Cuerpo de Bomberos de Valparaíso.

El 28 de septiembre de 1905 aparecería el siguiente anuncio en el diario “El Mercurio”:
VETERANO. Un gran cortejo acompañó al cementerio al último veterano de Yungay, teniente Antonio Barrena.”

ALBERTO RIED SILVA


Alberto Ried nació en Santiago el 22 de febrero de 1886. Era hijo del fundador de la Quinta Don Gustavo Ried y de doña Irene Silva Palma.

Estudió en el Instituto Pedagógico y en la Escuela de Bellas Artes, donde obtuvo varios premios por sus obras de pintura y escultura.
Don Alberto provenía de una familia de bomberos, su abuelo fue uno de los fundadores el Cuerpo de Bomberos de Valparaíso, su padre fundador de la Quinta y él con gran vocación y espíritu generoso continuó con la tradición familiar al fundar hace 70 años el Cuerpo de Bomberos de Ñuñoa.


Don Alberto era un hombre bonachón y generoso, de hablar pausado levemente enfático, un artista múltiple, escritor, pintor, escultor, periodista, servidor público como Cónsul de Chile en Francia y por sobre todo gran bombero.
Como intelectual Chileno integró el famoso "Grupo de los Diez". Como escritor se destacan los libros "El Hombre que Anda", "Hirundo", "La Casa Loca". En París publicó el libro "Veintiuna Meditaciones". Finalmente pública "El Mar Trajo Mi Sangre" y el "Llamado del fuego", rico libro de historias bomberiles, anécdotas y vivencias de su época. Todos los libros son verdaderas autobiografías de don Alberto.

Otro importante hito en su vida fue donar a la ciudad de Santiago, una gigantesca piedra cordillerana con una carta de don Pedro de Valdivia, que hoy se ubica en los faldeos del cerro Santa Lucía. Gestionó la construcción del Mausoleo de los Artistas y gracias a sus innumerables campañas, la estatua "Al Dolor" del artista Carrere Belleuse fue trasladada a la plazuela externa del Cementerio General por Avda. La Paz, rindiendo un merecido reconocimiento a las víctimas del Incendio del Templo de la Compañía.

Ingreso a la Quinta el 8 de diciembre de 1902, fue Ayudante, Maquinista y Teniente 2°, destacándose en los incendios ocurridos después del terremoto de Valparaíso en 1906, fue un fanático Quintino hasta que en 1911 comienza una década de viajes por Norte América y Europa. Un problema disciplinario, lo obliga a renunciar a la Compañía, el 16 de junio de 1924, reincorporándose el 16 de mayo de 1936. Fundó el Cuerpo de Bomberos de Ñuñoa el 27 de mayo de 1933, siendo elegido Comandante por muchos años.
En 1910 Alberto Ried escribió nuestro himno, la Quintina. En su último libro, "El llamado del fuego", dice que escribió la Quintina como un acto de amor, devoción y lealtad a su Compañía a la que no ha dejado, porque viejo, enfermo y semi-inválido concurre a su cuartel a rememorar su juventud y a soñar todavía alguna esperanza como en una nueva primavera. Y exclama: ¿Escucha como resuena en mi alma el alma de la canción?
Don Alberto Ried, falleció en Santiago, el 5 del 5 del 65, una calle recuerda su nombre y la Sexta Compañía del Cuerpo de Bomberos de Ñuñoa se denomina: "Bomba La Reina Alberto Ried Silva".

Una placa de bronce que fuera confeccionada por él y donada por la 5a de Santiago al cumplir 100 años se conserva en una de las murallas de nuestra Sala de Máquinas dando a conocer a todo quien nos visita la lista de fundadores de la "Tercera".
Al pie de ésta se lee "A. RIED".

El Quintino Ilustrado
http://www.firmelaquinta.cl/

miércoles, 2 de diciembre de 2009

LA CUNA DEL CUERPO DE BOMBEROS


Resulta emocionante conocer respecto de la vida de don Benjamín Vicuña Mackenna, que punto a parte no tiene nada que ver con la fundación del Cuerpo de Bomberos de Santiago, pero que es quien hace posible a través del folletín titulado “La Cuna del Cuerpo de Bomberos”, podamos enterarnos y sorprendernos una vez más, de lo cuan lejos y cuan alto, ha llegado el nombre de la Tercera de Valparaíso durante sus 155 años de vida.

Siguiendo con don Benjamín; por resaltar tan solo algunas de su vivencias podemos decir que poco antes de cumplir 20 años ya había participado en un motín, por el cual, es condenado a muerte, hecho que no ocurre debido a que logra escapar desde prisión disfrazado de mujer. Se traslada hasta La Serena donde participa en otro levantamiento armado (septiembre de 1851), nuevamente es derrotado y huye hasta la localidad de Tabolango, y luego a Valparaíso. Es en este puerto donde su padre lo embarca con la misión de vender 2.000 quintales de harina en la
ciudad de California.
A su regreso en 1856, se incorpora al movimiento político opositor de gobierno, no pasó mucho tiempo hasta que fuera nuevamente desterrado (Liverpool-Inglaterra) a raíz de una nueva acción opositora en contra del Presidente Manuel Montt Torres. (La revolución del Colihue 1858)
Regresa nuevamente en 1861, de sus nuevas actividades destaca su estreno como periodista en diario “El Mercurio” de Valparaíso.

Diputado por La Ligua entre los años 1864 – 1867. Al estallar el conflicto armado con España en el Pacífico, se dirigió al Perú y a Estados Unidos (1865) a cumplir misiones secretas encargadas por el gobierno de Pérez.
En New York fundó el periódico “La Voz de América”, donde publicó artículos contra España. A su regreso a Chile en 1866, publicó las memorias de ese viaje: “Diez Meses de Misión en Estados Unidos”. Se dedicó a sus actividades periodísticas y a las campañas políticas, siendo elegido diputado por Valdivia en el período comprendido entre 1867 y 1870. Intendente de Santiago en 1872, Senador por Santiago entre 1876-1879, y por Coquimbo entre 1879-1885.
Vicuña Mackenna contrae matrimonio con su prima doña Victoria Subercaseaux Vicuña, el 4 de marzo de 1867. Sus últimos días los pasa en su hacienda de Santa Rosa de Colmo (Concón). Fallece a los 55 años de edad el 25 de enero de 1886.

Ingresa a la Tercera Compañía del Cuerpo de Bomberos de Santiago “Poniente” el 08 de diciembre de 1879, siendo elegido Director esa misma sesión. Permanece en la 3ª hasta el día
de su muerte. A continuación leeremos el documento de su autoría.
"La Cuna del Cuerpo de Bomberos”
...El ínclito y glorioso Cuerpo de Bomberos de Santiago, no nació de un Incendio. Nació de una hoguera, de una hecatombe humana, la mayor del mundo moderno, producida por el fuego. Fue su cuna un templo fatídico en que perecieron dos mil doscientas almas inocentes, y la cotona roja que hasta hoy visten en Santiago los soldados del fuego, no es sino un reflejo de las llamas que un día nefasto sembraron de luto todos los campos y todas las ciudades de la República.
Cuarenta y ocho horas después de ocurrida la espantosa catástrofe de la Compañía de Jesús, en la tarde del memorable 8 de Diciembre de 1863, un joven animoso y entusiasta que había conocido en California los milagros de las asociaciones contra el fuego y contra el crimen, hizo en efecto un llamamiento a la generosa juventud, y ese grito fue escuchado de una manera que en aquellos días de pavor y de tímido egoísmo causó asombro. El nombre del iniciador era José Luis Claro, y su apelación a las armas, copiada de los diarios de la época, decía así, sencillamente: "Al público: se cita a los jóvenes que deseen llevar a cabo la idea del establecimiento de una compañía de bomberos, para el día 14 del presente, a la una de la tarde, al escritorio del que suscribe. José Luis Claro" La chispa y ardida todavía, había partido del centro de los horribles y humeantes escombros del templo, en los momentos en que centenares de carretones de la policía o alquilados en el comercio "a tanto el bulto", extraían los cadáveres carbonizados y horriblemente irreconocibles de millares de madres, de hermanas, de esposas amadas, de tiernas hijas, de inocentes vírgenes mutiladas, y por esto, aquel primer toque de llamada, unido a las lágrimas que por doquiera corrían, formó en los conmovidos corazones el cimiento de la más noble institución de la República, el ejercito de los que los salvan y mueren risueños salvando a los demás.....¡Sublime y bien cumplida misión!. Pocos eran, entretanto, los que creían que la simple convocatoria de un hombre de buena voluntad fuese oída. Menos los que esperaban que fuese seguida. Y con tal propósito, el diario más importante de la capital en aquella época, al día siguiente de la cita hecha por un aviso personal en sus columnas, se limitaba a decir y casi a presagiar tristemente lo que estas palabras dadas a luz el doce de diciembre por "El Ferrocarril" entonces significaban: "Las terribles lecciones dadas por dolorosas experiencias y angustiosos casos, ¿serán el poderoso móvil que arrancará de la inacción y la indiferencia a los hombres de la capital que pueden concurrir a formar las filas del proyectado Cuerpo de Bomberos?. ¡Se verá!". Ese "¡se verá!" no podía ser más glacial ni más incrédulo. Pero ya se ha visto en la prueba incesante de veinte años, porque la única asociación de hombres que ha enterrado en el dintel de su puerta y echado al fogón de sus máquinas su egoísmo, esta negación de la divinidad del hombre, son los cuerpos de bomberos de la República desde Tacna a Osorno, desde Valparaíso, promotor ilustre, a San Felipe, último vástago de su potente savia. El lector de estos recuerdos se habrá fijado probablemente en que el aviso de la cita primitiva, hablaba de la formación de una Compañía de Bomberos. Las esperanzas y los esfuerzos no iban ni podían ir entonces más allá. Santiago era una ciudad soñolienta y no se había acostumbrado todavía a escuchar el bronce de la medianoche que llama a los hijos de las llamas a las llamas.
Apenas si pasaban las oraciones, las gentes, después de persignarse deteniéndose en la acera, escuchaban, a la luz de los faroles de parafina o de sebo, el toque lúgubre y acompasado de las ánimas benditas que los campanarios todavía tocan a las ocho de la noche. Pero contra los que temían o no esperaban, y aun contra los que no ambicionaban poseer para la ciudad sino "una Compañía de Bomberos" (una sola decía el aviso de la cita), reuniéronse en el salón de la antigua filarmónica, que era entonces un Casino, doscientos ciudadanos y se inscribieron los primeros en el rol. Nombrase allí mismo un Directorio provisional de entre los presentes, y tuvieron señalada honra de ser elegidos para este puesto de iniciativa y de ardua organización: Don José Luis Claro, Don José Besa, Don Ángel Custodio Gallo y Don Enrique Meiggs. Preciso es advertir aquí como un acto de justicia póstuma, que el iniciador Don José Luis Claro, había tenido en las primeras horas de su generosa propaganda, dos auxiliares poderosos. El uno había sido un ilustre americano del Norte, Don Enrique Meiggs, quién arrojándose en medio del atroz e implacable incendio, rifó varias veces en la nefasta tarde del 8 de diciembre su vida en el salvamento personal de las víctimas de la Compañía. El que esto escribe y recuerda, vio al valiente anciano en aquel lúgubre crepúsculo, cubierto de cálido sudor y destilando todas sus ropas el agua que el mismo arrojara en vano a la voraz hoguera, y al preguntarle con angustia cuantos habían perecido, exclamo: "¡Thousands!" (miles). Y esa era la horrible verdad de aquella hora horrible. Y, ¿quién fue el otro de los nobilísimos y ya olvidados cooperadores de la iniciativa?. Un modesto pero digno querido y simpático joven chileno, a quién ingrata y prematura tumba se tragó en sus antros cuando en torno suyo acababa de sonreírle en esperanzas: Wenceslao Vidal, antiguo oficial del Segundo de Línea, y que si hubiera seguido en las filas y bajo las banderas de su cuerpo, sería hoy un brillante Coronel de nuestro ejército, había tomado a su cargo por esos días el Casino, y gracias a su buena voluntad en esa ocasión, como en todos los difíciles lances de la organización del Cuerpo de Bomberos, prestó su casa, su brazo y su alma para formar la cohesión de todos los ánimos en una sola mira: la salvación de la ciudad. A la primera reunión del 14 de Diciembre de 1863, concurrieron, en consecuencia, muchos hombres de corazón, algunos de los cuales han desaparecido ya de la vorágine de la vida, mientras otros luchan todavía en la vorágine: Wenceslao Vidal, Francisco Javier Ovalle Olivares, Roberto Souper, Ramón Abasolo, Emilio Bello, José Toribio Lira, Francisco Somarriva, Tito de la Fuente, para no nombrar sino a los muertos ya olvidados, entre otros que probablemente no serán olvidados. Y, ¡resultado tan admirable como no esperado!. En aquella primera reunión, sin trámites, sin papeles, sin consultas, sin asesores, sin abogados y sin capítulos, quedaron nombrados dos Compañías en lugar de una sola, es decir, quedó nombrado el cuerpo de Bomberos de Santiago. Esas Compañías fueron la Guardia de Propiedad, que eligió más tarde por Director a don Ángel Custodio Gallo, uno de los más entusiastas organizadores del cuerpo bajo la planta veterana del de Valparaíso, que él conocía, y la Compañía de Bomberos propiamente tal que se llamó entonces "del Poniente", y después simplemente, y en número, "la Tercera". Designo ésta, para su jefe, al que había echo oír el primer toque de llamada a los valientes dispuestos a lidiar contra el más terrible enemigo del hombre, contra el fuego hijo del rayo, don José Luis Claro. Entre los primeros soldados de aquel grupo contáronse voluntarios de todas las posiciones y procedencias, especialmente de la juventud, que ama el peligro y rinde culto, sin doblez, a todos los deberes. Pasaron de esta suerte la primera lista Alejandro Vidal, Adolfo Ortúzar, Antonio del Pedregal, Ángel Custodio Gallo, Domingo Toro Herrera, José Luis Larraín, Buenaventura Cádiz, Carlos Walker Martínez, Washington Lastarria, Francisco Gandarillas, Ezequiel Silva, Alberto Mackenna, Eduardo Brickles, Juan Esteban Ortúzar, y cien más. Eran 126 en el grupo. Todos "terceranos", como hoy se dice en el ejercito, y venían al campamento de la fraternidad, de todos los campamentos políticos de la ciudad y de las discordias no apagadas todavía: el fuego es un terrible nivelador.
Los primeros fundadores de la Guardia de Propiedad fueron, a su turno, 28. Entre ellos se contaba a Manuel Antonio Matta, J. H. Álamos, J. N. Espejo, A. Lurquín, P. Marcoleta, R. Vial, Damián Miquel y 44 auxiliares, cuyo tipo fue el cargador Juan Díaz, que llego a echarse catorce arrobas al hombro, y cuyo retrato "Taita Juan", conserva en su sala de sesiones como un timbre de honor, la invicta y fundadora "Tercera", que es la "Guardia Vieja" de los combatientes del fuego. La centella sagrada del deber había, en efecto, tomado vuelo con rapidez verdaderamente vertiginosa, y el lunes 21 de diciembre de 1863, esto es, trece días después del Incendio de la Compañía, el Cuerpo de Bomberos quedaba definitivamente constituido y agrupado en tres compañías que no tenían número de orden, sino el del barrio que iban a servir. Sus jefes y oficiales fueron nombrados fraternalmente, sin que se falsificase una sola acta, ni siquiera un solo voto, y resultaron designados, a titulo provisional para 1864, los directores y Capitanes que en seguida, para larga y honrosa memoria apuntamos: Bomba del Poniente (Hoy Tercera) Director Enrique Meiggs, Capitán José Luis Claro; Bomba del Oriente (Hoy Primera) Director José Besa, Capitán Wenceslao Vidal; y Guardia de Propiedad Director Manuel Antonio Matta, Capitán Alejandro Lurquín. En ese mismo día, que es el verdadero aniversario normal de nacimiento y existencia del Cuerpo de Bomberos de Santiago, nombrase también el primer Directorio, el cual quedó constituido de la manera siguiente: Superintendente, José Tomás Urmeneta; Vicesuperintendente, José Besa; Comandante, Ángel Custodio Gallo; (Ex miembro de la Tercera) Segundo Comandante, A. P. Prieto; Tesorero, J. T. Smith; Secretario, Máximo Arguelles; Directores Manuel Antonio Matta y Enrique Meiggs. Tres días después, es decir, el 24 de Diciembre, la Compañía Poniente, presidida por su Capitán, se reunía en la sala filarmónica para ejecutar su primer ejercicio doctrinal, y adoptaba por unanimidad de votos para constituirse definitivamente, los estatutos de la aguerrida Tercera Compañía de Bomberos de Valparaíso. Y fue por este motivo que desde entonces la bomba Poniente comenzó a denominarse "Tercera", como un homenaje fraternal, que después se confirmo en la distribución numérica del cuerpo. La Tercera Compañía vino de esta manera al mundo en la noche buena de 1863. Por fin, el domingo 11 de enero de 1864 el Cuerpo de Bomberos presentase de gran parada en la Plaza de Armas de Santiago a hacer su primer ejercicio general, en medio de los aplausos de inmensa muchedumbre convocada que asistía con embeleso a espectáculo tan nuevo, tan animado y tan "vistoso". "Todo revela", decía con este motivo un diario de la capital al día siguiente del primer ejercicio general, "todo revela que hay un verdadero entusiasmo y decisión en los jóvenes que componen las Compañías del Cuerpo de Bomberos; y a juzgar por lo que se ve, no hay duda de que dentro de poco tiempo tendrá Santiago sus compañías de bomberos tan útiles y bien organizadas como Valparaíso". Y, en efecto, a consecuencia del éxito tan aprisa alcanzado, y a fin de soltar las alas del entusiasmo, desatando hasta sus últimas amarras, un decreto superior expedido el 20 de enero de 1864, vigésimo quinto aniversario de la batalla de Yungay, declaraba exentos del servicio de las armas en la Guardia Nacional a los bomberos de la capital hasta el número de ¡800!. La Compañía única a que tímidamente había dado cita el Capitán Claro el 10 de diciembre de 1863, se había convertido en el espacio de cuarenta días en un verdadero ejercito. Organizada
así la hueste de combatientes, faltábale mostrarse en el campo de batalla tan lucida como en la parada de lujo de la Plaza de Armas, y esto no tardó sino días en verificarse después de uno o dos amagos felizmente extinguidos los cuales ocurrieron en la calle del Carmen y en la de las Monjitas. En la noche del 8 de junio de 1864, mientras caía el agua a torrentes, comenzó a incendiarse el monasterio de las Monjas Agustinas de Santiago, santuario vedado durante tres siglos que contaban de existencia a los profanos. Pero los bomberos, puntuales a la primera cita de honor, arrimaron sus escaleras a los tejados y asaltaron el foco del incendio, yendo la Tercera Compañía "de frente" y las demás, que ya se llamaban del Centro y del Oriente, por sus flancos. El combate fue rudo, y la Tercera, probada contra el fuego y contra el agua, saco en las heridas de algunos de sus miembros los testimonios de su denuedo. El Director Meiggs salió contuso en una mano y los voluntarios Vital Martínez y Adolfo Castro Cienfuegos heridos, el último de alguna gravedad.


Es digno de ser conmemorado íntegramente el primer boletín de prensa de aquel bautizo de fuego del Cuerpo de Bomberos de Santiago como lo sería el salvamento de la casa del ex Presidente Bulnes, por la Tercera, en la tarde misma de la llegada de su primera bomba de palanca (Septiembre, 4 de 1864), y la salvación de la ciudad entera en el terrible cataclismo del Cuartel de Artillería, ocurrido dieciséis años más tarde, pero no cabiendo en tan estrecho marco como el de este homenaje de aniversario hechos de tan señalado heroísmo, reproducimos sólo de la prensa libre, la relación de la primera batalla ganada por el ejercito de las cotonas rojas, que un diario de Santiago contó de la siguiente manera: "Anteanoche (8 de junio de 1864) a las ocho y cuarto, se declaró un incendio alarmante en el monasterio de las Agustinas, en el costado que da a la calle Ahumada. El fuego dio principio por la pieza habitada por una modista que en ese momento se encontraba sola. Bien pronto las llamas salieron por una ventana y toda la ciudad se puso en alarma. Los bomberos salieron inmediatamente. La Compañía Primera y Segunda desplegaron una actividad extraordinaria para dar agua. a pesar de la mucha precipitación con que habían acudido. La tercera atacó de frente al voraz enemigo con un arrojo que le hace honor y, merced a estos esfuerzos combinados, dos horas después el fuego que amenazaba toda la manzana se hallaba enteramente cortado. La Compañía francesa y la de hachas y escaleras se portaron al mismo tiempo con un arrojo denodado. Los estragos sólo se extendieron a las dos piezas contiguas a las que ocupaba un pintor, cuyo establecimiento no sabemos aún las averías que haya sufrido, como es muy natural.- La noche favorecio también los esfuerzos de nuestros bomberos, pues caía desde media hora antes, una lluvia tan abundante, que inundaba completamente nuestras calles, convirtiéndolas poco menos que en ríos. Es el temporal que continua con tanta o más fuerza que al principio, y que esta vez ha servido de poderoso auxiliar para extinguir las llamas de un incendio que amenazaba ser considerable. Las pérdidas no son de consideración, merced a la oportunidad con que acudieron nuestros bomberos y a su enérgico esfuerzo. Hubo algunas desgracias. Los que las experimentaron son don Enrique Meiggs, Director de Tercera Compañía, que salió herido en una mano, y el sargento de la primera sección de la misma Compañía, don Adolfo Castro Cienfuegos, que se encuentra gravemente enfermo de una herida que recibió en la cabeza por la caída de una teja. También, uno de los bomberos de la Tercera, don Vital Martínez, quedo gravemente maltratado a consecuencia de haberse hundido el techo de una de las habitaciones incendiadas, arrastrándole y envolviéndole entre sus escombros". El cien veces glorioso y justamente glorificado Cuerpo de Bomberos de Santiago, recibía así su bautismo de sangre, y la Tercera compañía había conquistado, sin ninguna rivalidad ni torpe emulación, el puesto de vanguardia que en las horas del combate se ha esforzado siempre en mantener entre sus nobles y valerosas compañeras que más de una vez la han aplaudido en el trabajo, en la lucha y en la muerte. Germán Tenderini y Adolfo Ossa, dos héroes muertos, eran soldados de esa bandera, y sus efigies se hallan por esto conservadas en el muro con un grato y fraternal respeto. A virtud de todo esto, y desde entonces (han transcurrido ya veinte años, que hoy se cumplen) la Tercera Compañía de Bomberos de Santiago ha sido siempre en el ejercito sin paga y sin pólvora, sin yatagán y sin sangre, de los generosos, sublimes y abnegados salvadores del hogar y de la vida, el "Buin 1º de Línea" en la nómina de sus heroicos combatientes...


BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA
Folletín: “La Cuna del Cuerpo de Bomberos”
Santiago, diciembre 23 de 1883.

lunes, 30 de noviembre de 2009

1 DE ENERO DE 1953


“La noche del Año Nuevo se tiñó con rojos resplandores de tragedia”.

La madrugada del 1 de enero de 1953 alrededor de las 02:00 horas, el Cuerpo de Bomberos de Valparaíso acudió a la primera Alarma de Incendio del nuevo año, el fuego hizo su aparición en la barraca Schulze ubicada en avenida Brasil esquina de calle Freire.

El incendio, como tantos otros, fue rápidamente dominado y nada hizo suponer la dantesca tragedia que arrebataría la vida a 36 voluntarios del Cuerpo de Bomberos de Valparaíso. Cuando el reloj marcó las 03:04 horas sobrevino la explosión transformando una noche de buenaventurazas en absoluta tragedia.


RELATO DE UN CAPITAN DE 38 AÑOS

...Soy René Gallardo Kötz, Bombero.

El 1 de enero de 1953 tenía 38 años de edad y asumía la capitanía de la 10ª Compañía. Hasta aquel entonces me había desempeñado como ayudante del 2º Comandante don José Serey Sagredo. ¿Qué habrá sido de él?. La emoción lo embarga y calla.

Me encontraba en casa celebrando el año nuevo y mi sexto año de matrimonio junto a mis hijos de 2 y 4 años. Vivía en la calle Héctor Calvo del cerro Bellavista. (calle que coincidentemente lleva el nombre del joven mártir de la 10ª fallecido en el incendio de calle Rodríguez entre Chacabuco y Pedro Montt la noche del 13 de diciembre de 1948).

Cuando sonó la sirena me asomé inmediatamente para ver lo que ocurría, tomé mi chaqueta y casco y partí al incendio, era uno más. El incendio fue como tantos otros, a las 03:04 horas me acerqué al 2º Comandante Serey para informarle que el incendio ya estaba controlado, allí sobrevino la explosión!. Desde calle Blanco volé hasta la bodega Cánepa donde me azoté contra las cortinas. Sufrí un par de magullones, pero inmediatamente me incorporé y comencé a buscar a mis Tenientes, no había ninguno, no encontré a nadie, todos habían fallecido. Nadie quiere perderse la primera lista del año, y a aquel incendio habían llegado casi todos.

Esa noche no pudimos pasar lista ¿A quién se la pasaríamos?. El que no estaba en el Hospital, estaba muerto. Diez de mi Compañía eran los fallecidos en acto de servicio. Aquella noche supe lo que era sentir la garganta apretada.

¿Qué vi esa noche?... ¡Horrores!. Perdone, ha pasado tanto tiempo, pero aún me brotan las lágrimas. No podré olvidar jamás a esos muchachos que ardían envueltos en llamas sin que pudiésemos hacer nada. Aquella noche vi a los curiosos como sonámbulos sin rumbo con sus espaldas ardiendo.

Cuando llegamos al Hospital a todos nos pusieron una inyección, al interior de una de las salas de urgencia oí a uno de mis compañeros quien atormentado por el dolor suplicaba “¡Mátenme, mátenme!”

El Hospital me encontré con el Dr. de Compañía Jorge Soto Moreno, había sido alcanzado por la explosión y aún andaba de smoking. Al no encontrar a todos mis voluntarios en aquel lugar, regresé al lugar de la explosión, no pude reconocer a nadie, todos estaban negros y brillantes, algunos irreconocibles. Los funerales fueron muy tristes, muchas de las urnas no llevaban nada dentro.

Soy un sobreviviente, sufro de una distonía de torsión, no sé muy bien lo que significa aquello, pero no puedo mantenerme mucho rato de frente, después de un par de segundos giro automáticamente. Nunca me recuperé. (1)

UN VOLUNTARIO DE 24 AÑOS

Soy Eduardo Ramos Castro, una vez tuve 24 años y un terno de novio. Me había casado en la navidad de 1952, y me iría de luna del miel el 1 de enero del 53’.

Al oír la sirena partí de inmediato al incendio. Entonces sobrevino la explosión, volé por los aires, cuando recuperé el conocimiento me vi medio muerto tendido sobre una ruma de escombros en llamas... ¡Gritaba!. Mi padre murió mártir. No me va a creer, mi padre me salvo y me saco de entre las llamas y el humo, ahogándome logre llegar desde calle Blanco hasta la avenida Errázuriz. (Bernardo Ramos de la misma Compañía fallece junto a Héctor Calvo en el incendio calle Rodríguez entre Chacabuco y Pedro Montt la noche del 13 de diciembre de 1948).

Al mirarme las manos vi que solo llevaba colgajos de piel, no sentía dolor. Precisamente en aquel momento pasó un automóvil conducido por jóvenes... paró y al ver sus rostros de espanto, supe que lo mío era grave.

Al llegar al hospital pedí a un amigo que avisara a mi casa que estaba vivo, anotó el teléfono en una caja de fósforos que después perdió, nunca llego aquella noticia a mi hogar, en ella me dieron por muerto.

El cuidador de la bodega nos advirtió que en ella se guardaban explosivos mientras rescatábamos sus cosas.

Aún tengo una cicatriz en mi mentón, manchas en mi nariz y en las manos. Una vez tuve 28 años y sobreviví a la tragedia más grande de mi vida.

ALFREDO BLANCHAR DE LA QUINTA COMPAÑÍA BOMBA“POMPE FRANCE”.

Fuimos de los primeros en llegar al incendio. Al momento de la explosión me encontraba en el techo de la barraca Schulze junto a mis compañeros Carlos Venegas, Roberto Murgues y Ramón Casacuberta. Todos lograron sobrevivir.

Recuerdo que toda la estructura en que estábamos se desarmó y caímos. Yo sólo vi unos espejismos, sombras y a tientas salí del lugar y me dirigí a mi casa del cerro Mariposa. Me salieron a encontrar mi esposa y mis familiares. Afortunadamente, me lograron salvar el ojo izquierdo, gracias a un medicamento que me trajeron desde Argentina. Lamentablemente, perdí totalmente el oído de ese lado...

Los Muertos en Acto de Servicio son:

De la Sexta.
Guido Malfatti Paolinelli.
Paolo Scorza Roi
Humberto Gaggero Capellaro

De la Séptima.
Rufino Rodrigo R.

De la Octava.
José Serey Sagredo (2º Comandante)
Guillermo Balbontín S.
Lautaro Barrientos B.
Leandro Escudero C.
Joaquín Fuenzalida G.
Albino Gómez O.
José Pereira S.
Jorge Robles S.
Carlos Silva C. (Padre)
Carlos Silva V. (Hijo)
Jorge Thibaut S.
Galvarino Vera M.
Hernán Viejo L.
Rubén Zamorano B.
Luis Fuster G.
Luis García P.

De la Décima.
René Carmona Corvalán
Juan Contreras Fernández
Jaime Rojas Rojas
Carlos Figueroa Pinilla
Carlos López González
Julio Gallagher Maureira
Jorge Rubio Ramírez
Luis Pinto Gómez
Jorge Candia Pérez
Gustavo Covarrubias Díaz

De la Undécima
Alfonso Agüero Pérez
Fernando Aguiló Muñoz
Edwin Glaves Espejo
Robert Glaves Espejo
Hugh Honeymann Hills
Roberto Layera P.
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(1) Don René Gallardo Kötz se convirtió en un destacado Capitán de la Décima llegando a servir en el cargo de Comandante del Cuerpo de Bomberos de Valparaíso, fallecido hace algunos años. Hoy la Brigada Juvenil de la 10ª Compañía lo recuerda llevando su nombre y cosechando en los más jóvenes el espíritu bomberil que más tarde germinará en extraordinario servicio.

martes, 17 de noviembre de 2009

LAS ANTORCHAS BOMBERILES


Los funerales de bomberos tienen algo de característico, que les da relieves especiales aparte de la impresión de recogimiento que, como es natural, produce todo cortejo!..... Es el uso de las antorchas, con que los voluntarios y auxiliares van alumbrando el camino de la postrer morada, al compañero que se va!..... De esas antorchas que, en las penumbras de la noche, cuando remontando el cerro del panteón, chispeantes y en largas hileras, semejan a aquellas caravanas de negros penitentes con que solía tropezar en la carretera solitaria y polvorienta el aventurero o caminante, en lejanos tiempos!..... De esas antorchas que cuando niños veíamos desfilar desde el cristal de la ventana, con ojos asustadizos y admirados, aún dominados por el sueño que había interrumpido la música funeraria, y que hoy, ante la completa realidad de la vida y recorrida de ella la mayor jornada, nos semejan los cirios burlescos y anunciadores del propio cortejo que se acerca!.....

Quien podía imaginarse el papel que ha correspondido en el desarrollo de la historia a este aparato minúsculo y sin importancia, hoy casi desterrado del uso de los pueblos!..... Desde que fuera ideado por el hombre milenario, allá en el horizonte lejano de los comienzos de la humanidad; hasta nuestros días, en que el sorprendente descubrimiento de la electricidad ha hecho innecesaria su aplicación, la antorcha ha servido al hombre para fines diversos, bajos y ruines unos, nobles y elevados los otros!.....

La antorcha era el medio que tuvo el hombre primitivo para defenderse de la inclemencia del tiempo y furor de las fieras, y para alumbrarse en la para él pavorosa oscuridad de la noche!..... Las alimentaba a toda hora, y como no conocía otro medio para obtener el fuego que el que brindaba el volcán lejano y rugiente, las llevaba consigo como carga preciosa, de selva en selva, atravesando montañas y ríos!..... Qué espectáculo más extraño deben haber ofrecido esas tribus, marchando en pos de la antorcha gigantesca, llevada en hombros cual Arca Santa de divina salvación!..... En sus almas sencillas y toscas no había anidado todavía el interés por aquellos otros elementos que tanto agitan hoy al hombre, y que lo llevan comúnmente a la lucha fraticida: solo el fuego, mantenido por la antorcha santa, tenía valor y era sagrado!.....

A la antorcha luminaria, que era símbolo de salvación y vida, que agrupaba a los hombres en un solo haz de hermandad y amor, sucedió, probablemente en la edad del bronce o del hierro, la tea incendiaria, que sembró la muerte y desolación!... Los hombres dejaron de ser hermanos, y empujados unos contra los otros por la embriaguez desenfrenada del poder y de la fortuna, durante siglos de siglos tuvieron en la tea el arma que mutilaba y mataba en el día, y que en la noche servía al vencedor para recoger el botín o celebrar el triunfo, generalmente más espantoso que la propia batalla!... Qué escenas de dolor y desolación no alumbró en el pasado remoto este extraño símbolo de la destrucción!... Nerón iluminó con teas sus locas orgías, alimentándolas en al mirra santa e inocente de los mártires cristianos!... Atila, en sus ansias trogloditas, paseó con ellas la ruina y desolación por la vieja Europa, y así, donde hubo dolor y ruina, ahí se alzó la llama turbulenta y pavorosa de la tea!...

Pero, poco a poco la tea fue perdiendo su fin espantable y siniestro!... De nuevo volvió a ser la antorcha luminosa, la que fue compañera inseparable y buena del hombre milenario!... Ya no vagó por las montañas y valles, blandida en lo alto por la mano robusta del guerrero, sembrando la muerte y desolación"... Después se le vio orientado el camino al viajero presuroso, presidiendo la tertulia del pastor que sorprendía la noche en la mitad de la jornada, alumbrando al artesano e industrial en sus trabajos maravillosos, guiando al minero en su tarea temeraria!... Ya fue, de nuevo, emblema santa de amor y ayuda fraternal!... desde los altos cerros de la costa señaló al navegante el sitio de salvación en las inciertas y negras horas de la tempestad!...

Ya no fue la tea que mataba y desolaba!... Era la antorcha que iluminaba y orientaba!... Había dejado de ser símbolo del fuego: era símbolo de la luz!...

Hoy carece la antorcha casi por entero de aplicación práctica. No se le usa ni como elemento de destrucción, ni como medio o ayuda de trabajo. Solo los bomberos de este lejano lado del mundo, la conservan en sus costumbres como cirios funerarios!...

Nuestros antiguos voluntarios y auxiliares usaron la antorcha para alumbrar las bombas y carros, cuando la voz plañidera de la campana los llamaba al sitio del deber en las altas horas de la noche. Servían para alumbrar los trabajos y movimientos bomberiles, como los de conexión de mangueras, y los de armadura sobre los pozos de alimentación que había en varios puntos de la ciudad. Cabe anotar, a estos respectos, que cuando el Emperador Augusto estableció el primer cuerpo de bomberos o zapadores que recuerda la historia, formó una legión de alumbradores, cuya misión era señalar con antorchas el camino a los que llevaban el material.

El uso de las antorchas en los funerales data del año 1850, en que, a causa del estado de revolución, se efectuaron varios funerales en la noche, por disposición de la autoridad. Muchos voluntarios y auxiliares llevaron antorchas para alumbrar el camino, en aquellos años tortuoso y accidentado, y así, lo que se hizo una vez por necesidad, quedó hasta hoy convertido en costumbre legendaria.

Me ha tocado muchas veces hacer el mismo camino, marchando con la antorcha de luz incierta en pos del amigo o compañero que ha pagado su tributo a la muerte!... Es la misma subida sinuosa y antigua; casi las mismas casas; el mismo pavimento formado por toscas piedras; nada ha cambiado!... Todo nos recuerda el pasado!... Todo nos dice que ahí mismo, en ese largo proceso de 74 años que informa la historia del Cuerpo de Bomberos, son muchos los que han pasado, son muchos los que han vuelto de nuevo con las antorchas al brazo, tras el cortejo; hasta que a su vez les ha llegado su turno, el instante de la postrer y última pasada!...

Cada vez que regreso de esas tristes y dolorosas peregrinaciones, y no huye todavía de mi espíritu esa penumbra de pensamientos que nos produce la cercanía de la muerte, todos los viejos objetos de esa ruta, desde sus casas enterradas en las laderas, hasta las gastadas pizarras de su pavimento, me traen recuerdos de los amigos que han dejado para siempre este ingrato y duro batallar!... Cuantas reflecciones, santas y hermosas, no asaltan en esos momentos al alma, hasta que el torbellino de la vida que fluye de la ciudad alegre, se los lleva con los acordes de la música que, allá abajo, despide a los bomberos!... Cuantas reflecciones tristes, pero gratas al alma, siempre sedienta del recuerdo, aunque sea para sangrar nuevas lágrimas!... Cuantos nombres queridos desfilan con la velocidad de un rayo!... El amigo con que antes hicimos juntos esa ascensión penosa; el alegre muchacho ido en los años de la risa y de las ilusiones puras; el hombre ya formado, que lloran aún la viuda y los tiernos hijos; el patriarca que nos ha legado el ejemplo de sus esfuerzos y virtudes!... Cuantas veces, Dios mío, me ha tocado, en tan corto número de años, subir por esa ruta dolorosa, llevando la antorcha funeraria!...

Y, para nada más sirven las viejas antorchas bomberiles!... Ellas alumbran nuestras hermosas tradiciones, y es por eso que, como el hombre milenario, no queremos que las apague el vendaval del tiempo o del olvido!...

Para estos hombres ilusos y quijotescos que se llaman los bomberos voluntarios, que cuando sienten la voz extraña de la bocina, dejan todo, y corren alegres y animosos en busca de las llamas, las antorchas sirven de cirios funerarios!... Y allá, en los momentos de la expansión, bajo el techo del querido Cuartel, unos a otros se dicen, risueños o sarcásticos, que ellas, las viejas antorchas y la música que les hace compañía en los entierros, constituyen la esperanza del bombero voluntario!...

Y... esto es lo que el vulgo llama bufonamente, "El pago de los bomberos".



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Por Guillermo Ernesto Meyer
Voluntario de la Tercera Compañía del Cuerpo de Bomberos de Valparaíso
Publicado en el Número 1 del “Magazine Bomberil” de Valparaíso, Enero de 1926